Las fuentes históricas de Montilla, en peligro de extinción
Patrimonio
San Carlos, el Chorrillo, el Piojo, Panchía, Martín Duélamo o el Grajo se quedan sin agua
El Ayuntamiento pone el problema en conocimiento de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir
Un recorrido por las fuentes históricas de Montilla, en fotografías
A las fuentes históricas de Montilla empiezan a salirle los achaques de la edad. Claves para el desarrollo del municipio desde la Edad Media, fundamentales antaño para el comercio, la agricultura y la ganadería, el estrés hídrico al que llevan sometidas en los últimos años las está llevando a un proceso de extinción. Y no es una frase hecha: muchas de ellas, incluso en periodos de lluvia, yacen secas en los cruces y las vías pecuarias, reflejo de una mala praxis compartida que tiene difícil solución.
El Chorrillo, Panchía, el Piojo, San Carlos, Martín Duélamo, el Grajo... La lista de fuentes que antes regaban los campos y por las que en enero de 2021 no asoma ni una gota de agua es cada vez más extensa, y basta dar un paseo por los caminos que atraviesan el término municipal para ser testigos de este proceso de degradación, con lo que ello conlleva. Pérdida de vegetación, pérdida de fauna.
El Ayuntamiento, preocupado por una situación que parece acentuarse en los últimos años, ha puesto el problema en manos de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG), según explica a el Día la concejala de Medio Ambiente, Raquel Casado (PSOE). El Consistorio, insiste, hizo un "gran esfuerzo" en el anterior mandato para fomentar el conocimiento de este patrimonio único: se publicó un cuaderno de campo con reseñas y rutas, y de la mano de la Diputación de Córdoba se señalizaron los itinerarios, lo que permitió que las fuentes estuvieran más cerca que nunca del casco urbano. Además, gracias a una inversión del Programa de Fomento del Empleo Agrario (PFEA) se limpiaron y adoquinaron estos espacios. Pero su principal amenaza, que ya no resuelve ni la lluvia, es la falta de agua.
Montilla es el término municipal de Córdoba, tras Priego, con mayor número de fuentes. Son un total de 40, según consta en el proyecto Conoce Tus Fuentes desarrollado por la Junta de Andalucía con ayuda de la Unión Europea y la Universidad de Granada. Algunas presentan una buena salud relativa, como la Fuente Nueva, quizás la más popular e icónica, con bonitas vistas al cerro donde se levanta el Castillo del Gran Capitán, o Fuente Álamo, inicio de una de las rutas que llevan a Piedra Luenga. También tienen agua la fuente de la Flauta, documentada en el siglo XVI, y Descansavacas, una de las más remotas y donde años atrás se instalaron mesas y sillas para que los excursionistas puedan hacer un alto en el camino, pues el ganado hace años que ya no se ve por aquí.
Pero otras, cada vez más, se extinguen en los meses secos y se encuentran al arbitrio de las lluvias para subsistir, algo que antes no ocurría de manera tan estricta. Ocurre con la Malena, San Francisco o la Alcubilla. Dentro de este grupo, un puñado ni siquiera late ya con las precipitaciones. Es el caso de San Carlos, que "se ha secado súbitamente", como asume la responsable municipal. "Nos sorprende bastante y una unidad de Medio Ambiente lo está investigando", avisa la edil.
Situada junto a lugares históricos del trabajo de la tierra como el cortijo homónimo, el molino de la Capellanía y el lagar del Llano Mesto, se desconoce su antigüedad exacta, aunque sí se sabe que estuvo estrechamente relacionada con los dominios de los Fernández de Córdoba, marqueses de Priego y duques de Medinaceli. La fuente se levantó como un hito para abastecer a los habitantes que vivían en las casillas y construcciones cercanas, muchas de ellas en ruinas, para proveer a los quinzaeros, agricultores y para el abrevadero del ganado. Un ara romana hace de marmolillo y es prueba de la romanización del campo montillano, un patrimonio que muere ahora lentamente.
El camino serpentea entre frondosas higueras y llega hasta el cortijo del Chorrillo, histórica zona de huertas, donde la fuente homónima, una de las construcciones más bellas de la arquitectura popular de todo el término, también yace sin agua. La concejala recuerda que, como su propio nombre indica, nunca ha sido de gran caudal, pero preocupa que lleva meses sin una sola gota.
El Chorrillo es otra lección de historia: el documento más antiguo en la que aparece reseñada es un acta capitular del Cabildo de Montilla de 1526 sobre el repartimiento de aguas para el ganado. Situada junto al camino de Montemayor, era muy utilizada por los viandantes, caballerías y ganado trashumante, que ahora no encontraría más que unas pozas vacías pese a que su entorno es uno de los más frondosos de la campiña.
Junto a la fuente, de hecho, se encuentra la legendaria planta del acanto y varios olmos, que siglos atrás se plantaban junto a cortijos y fuentes, pues su madera es muy resistente para hacer ruedas de carros y aperos del campo, y para arreglar con sus ramas algún contratiempo de los atalajes y carruajes. El Chorrillo, además, cuenta con su propia leyenda, reminiscencias de aquellas tradiciones orales en tierras de frontera: en los días de luna llena, una mora se aparece junto al pretil peinando su larga cabellera con su peine de oro para tratar de encantar a quienes se acercaban. Pocos hechizos podría hacer ahora sin el rumor del agua.
En un alto del Camino Viejo de Córdoba, se encuentra el Piojo. Pequeña, humilde: su nombre se debe a sus aguas bastas, no aptas para el abastecimiento humano pero sí para el ganado y caballerías. En los alrededores surgían múltiples huertas regadas por distintos veneros y arroyos como el de Huelma, lugares donde se criaban las famosas alcachofas, los pimientos afarolaos, las habas, los ciruelos de olor o los albarillos. En el siglo XVI, aquí se refrescaban los animales, pues la vía en la que se encuentra era fundamental en la unión de Montilla con Córdoba. Los viajeros apenas encontrarían ahora una poza con aguas sucias y vegetación putrefacta. Difícil seguir el camino en estas condiciones.
El Ayuntamiento ha solicitado a la CHG permiso para hacer un sondeo en este punto, analizar si se ha producido algún desvío y recuperar el venero, explica Casado. Aunque en el fondo lo que subyace en el Piojo y en las otras fuentes que se extinguen es un problema estructural de usos del agua, apunta la edil. Los pozos sin licencia que proliferan sin control, los cultivos intensivos, las piscinas que se llenan cada verano... Y, para rematar, el alto nivel calcáreo de las aguas locales, que incluso puede obstruir las tuberías. Es lo que ha ocurrido en la fuente del Grajo, en la subida a la Sierra, donde el Ayuntamiento ha intervenido en este sentido.
A pocos kilómetros hay otra fuente con solera. Aunque quizás haya que contarlo en pasado: había. Se trata de Martín Duélamo, desaparecida bajo el barro y la tierra que se amontona procedente de las escorrentías. Las referencias documentales más antiguas que se tienen de ella también son de 1526, cuando el Cabildo acordó el repartimiento de sus aguas para el ganado; se encuentra limítrofe a las antiguas tierras comunales conocidas como el Legío, a las que proporcionaba sus aguas.
Su original topónimo se atribuye a una amplia zona que perteneció a un labrador del siglo XVI, Martín Duélamo. Como curiosidad, en la fuente, totalmente seca, se conserva una placa histórica del siglo XIX que alude a una de sus múltiples restauraciones. "Todos los olivos que hay detrás tienen regadío, y a no ser que cambiaran mucho las técnicas de cultivo es complicado recuperarla", asume la edil de Medio Ambiente.
La ruta de las fuentes en peligro debe incluir Panchía, que se considera perdida. Y con ella se va un trozo de historia. Su origen se remonta a un pozo localizado en la vereda del mismo nombre anterior a 1608, que fue cuando el Cabildo decide levantar la estructura con sus dos pilas, para el abastecimiento humano y para el ganado.
Próxima a la Cruz de los Martirios, donde hubo una matanza de judíos que huían de Córdoba camino de Aguilar y que eran protegidos por los señores de Montilla a finales del siglo XV, forma parte de la receta popular que decía que para curar distintos males se debía mezclar una porción de agua junto a la procedente de seis más. Un conjuro que, en la época actual, sería cada vez más complicado de completar.
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