Antonio César Fernández, una vida donada a los demás
Muere el misionero Antonio César Fernández
La familia del misionero salesiano asesinado por un grupo de yihadistas destaca su humildad y su perseverante entrega a la evangelización
La de Antonio César Fernández fue una vida de donación constante a los demás, tal y como explica su hermana Patrocinio. Para el misionero salesiano pozoalbense asesinado el pasado viernes en un ataque yihadista en la provincia de Boulgou en Burkina Faso vivir la orden salesiana era “una gracia encadenada”, tal y como él mismo refirió sobre su propia vocación, una vocación “que no merezco, que me sobrepasa”. Esa vocación salesiana le llegó de sus padres.
“Mi padre daba clase en el Colegio Salesiano de Pozoblanco”, comenta Patrocinio. De su padre, Antonio César heredó ese amor por la enseñanza que le llevó a hacer Magisterio, “y más tarde hizo Historia del Arte”, comenta la hermana. De su madre heredó el amor por María Auxiliadora. “Mi madre, la pobre, murió muy joven. Estuvo enferma de los 49 a los 55 años y nos dejó a todos sus hijos un tremendo testimonio de santidad. Cuando ya estaba muy malita, le escribió una carta a una hermana de mi padre, que era monja, y le dijo “sé que soy un conjunto de pellejo y huesos, pero sé que voy a ver muy pronto a María Auxiliadora”. Mi padre también nos enseñó lo que es el amor, no se separó ni un momento de mi madre mientras estaba enferma”, apunta Patrocinio.
Los cinco hijos de la familia Fernández Fernández –Pilar, Juana, Antonio César, Patrocinio y Juan Carlos– crecieron teniendo como ejemplos a sus padres. “Y César llegó a ser el corazón de la familia”, cuenta Patrocinio. “Era un hombre de una tremenda humildad; pasara lo que pasara siempre tenía una sonrisa en la boca”, detalla. “Recuerdo que mi madre le preparó un pequeño ajuarito la primera vez que se fue de vacaciones y cuando volvió a casa volvió sin nada; decía que había otras personas que necesitaban esas cosas más que él y que se las había dado”, apunta.
Antonio César Fernández, nacido en Pozoblanco el 7 de julio de 1946, fue misionero en diversos países de África desde 1982, siendo fundador en dicho año de la obra salesiana en Togo, que fue su primer destino. A lo largo de su trayectoria trabajó como maestro de novicios (1988-1998) y ejerció, entre otras funciones, como delegado de la Inspectoría Salesiana de África Occidental Francófona (AFO) en el Capítulo General 25 (2002). En la actualidad ejercía su ministerio en Burkina Faso. Tenía 72 años y había cumplido los 55 de salesiano y los 46 de sacerdote.
“Desde el principio tenía claro que quería ser misionero, desde el principio quería irse a la misión, fue una idea fija, aunque tuvo que esperar más tiempo del que él esperaba para ello”, explica Patrocinio, quien acompañó durante dos años a su hermano en Burkina Faso. Allí comprobó como César –como llaman familiarmente a su hermano– ejercía esa que era su misión, llevando hacía el extremo el ideario de las escuelas salesianas, que entre otras acciones defiende “la formación de jóvenes capaces de apreciar y defender la libertad, la justicia, la solidaridad, la responsabilidad y la paz, como valores que enriquecen la acción educativa”. Además de “fortalecer sus saberes aprendidos y destrezas necesarias para adquirir niveles de óptima especialización en las diferentes áreas del saber, logrando así durante su trayecto escolar las competencias necesarias para transformar la realidad socio cultural, integrarse al mundo del trabajo y seguir aprendiendo durante toda la vida”, como reza el ideario.
Antonio César estaba ilusionado construyendo un colegio en Burkina Faso. “Hace poco nos escribió muy contento porque había terminado una parte de las obras, y nos pidió que rezáramos a María Auxiliadora para que pudiera concluirlas enteras. Quería hacer un colegio grande para ayudar a que sus alumnos tuvieran el título escolar, para que los niños pobres pudieran escolarizarse, para conseguir que pudieran llegar a la universidad”, cuenta Patrocinio. “El niño que en ese país no va a la escuela tiene muy pocas posibilidades de progresar”, añade.
Ese colegio sería otra herramienta más para realizar su labor. “Allí, en Burkina Faso la parroquia no es como aquí, allí es multiusos;mi hermano decía misa y luego recogían todo y se ponía a dar clase, luego la parroquia servía hasta para dar conciertos”, cuenta. Esa vocación de formación le llevó a Antonio César a organizar talleres de confección o de electricidad para el aprendizaje de jóvenes. Y es que atribuía su felicidad “a los principales beneficiarios de la misión salesiana, los jóvenes y de entre ellos, a los más necesitados”. “Son los jóvenes, en los diferentes lugares donde he estado, los que me han ido enseñando a ser salesiano”, insistía.
“Quería formar a los jóvenes, que llegaran lo más lejos posible en la sociedad y le dio mucha felicidad conseguir que una chica llegara a la universidad”, detalla Patrocinio, quien insiste en que “él sólo estaba empeñado en que los demás progresaran, mi hermano era tan humilde que no quería ningún cargo, ni siquiera en la congregación ni en nada, lo que quería era formar a la gente para que llegaran lejos”, insiste.
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