El paisaje sagrado de Los Pedroches: más de 60 enterramientos prehistóricos que miran a los astros

Patrimonio desconocido

Una investigación constata el buen estado de conservación de los monumentos megalíticos en la comarca y desvela que fueron levantados siguiendo un patrón astronómico

Dolmen de las Aguilillas, en Villanueva de Córdoba. / El Día

Hace 5.000 años, los seres humanos que habitaron Los Pedroches ya se sintieron atraídos por las estrellas y los astros que iluminan los cielos de la comarca. Podría decirse, por tanto, que la zona Norte de Córdoba es una suerte de destino Starlight desde el inicio de los tiempos y que ahora no se ha inventado nada.

Pero, en realidad, un equipo de investigadores coordinados por el profesor de de la Universidad Complutense de Madrid Luis Benítez de Lugo acaba de constatar algo mucho más profundo y que hasta el momento se desconocía: entre las encinas centenarias donde los cerdos disfrutan estos días de la montanera se esconde un paisaje sagrado que el hombre prehistórico plagó no casualmente de enterramientos. Muchas de estas tumbas megalíticas, en buen estado de conservación pese a su antigüedad, siguen moteando el paisaje confundidos entre los muretes de piedra seca y los corrales; tal vez por eso se han salvado y esperan ahora a ser descubiertas.

"Dólmenes de este tipo debió de haber centenares en toda la Península Ibérica, pero la gran mayoría se ha perdido. En el Norte de Córdoba tenemos la suerte de que aún es posible verlos. No son ni los más grandes ni los mejor conservados, pero componen un testimonio excepcional de los anhelos y las creencias de nuestros ancestros", explica el profesor en conversación con el Día. "Son interesantes porque evidencian en qué creía el ser humano y ejemplifican su ritualidad, que se repite en todo el Occidente europeo", ahonda.

El caso más conocido, por su monumentalidad, es Stonehenge, en Inglaterra, un yacimiento declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Su gigantesco círculo de piedra es mundialmente conocido, pero lo que la gran mayoría desconoce es que este santuario megalítico está rodeado de túmulos que, en su interior, guardan enterramientos. "Son como los que debió haber en Los Pedroches, solo que estos han quedado al descubierto porque la tierra que los cubría se ha lavado. Y, en el caso de Córdoba, falta el santuario, quizás porque se ha perdido o porque no hemo sabido encontrarlo", compara.

Los Pedroches es uno de los territorios andaluces más septentrionales, situado en el límite geográfico con Extremadura y Castilla La Mancha. Sobre unos suelos poco aptos para el cultivo, pero muy favorables para la ganadería, se encuentran más de 60 manifestaciones megalíticas diseminadas, "poco conocidas y apenas estudiadas", expone el profesor Benítez de Lugo y otros tres autores -Andrea Rodríguez, Juan Palomo y Jaime Moraleda- en una investigación publicada en la revista Lvcentvm con el título Megalitismo y arqueoastronomía en la comarca de Los Pedroches.

El hallazgo de las tumbas, casual, se remonta a la segunda década del siglo XX, cuando los extensos encinares, fuente de subsistencia para las familias, se vieron asolados por una plaga de orugas defoliadoras. Para combatirla, el Servicio de Estudios y Extinción de Plagas Forestales instaló en marzo de 1921 una estación en Villanueva de Córdoba, centro geográfico de las dehesas del nordeste cordobés, a donde fueron destinados el ingeniero de montes Manuel Aulló y el auxiliar Ángel Riesgo, que recorrió el territorio "finca a finca y palmo a palmo, a pie y a caballo", como dejó escrito en sus cuadernos.

Fue durante estas incursiones cuando se percató de los "numerosísimos vestigios" de las distintas culturas que a través de los tiempos habían habitado Los Pedroches y que "no habían sido nunca objeto de investigación seria". Aulló obtuvo autorización para efectuar excavaciones arqueológicas, aunque fue su auxiliar quien las llevó a cabo aprovechando sus días de descanso. Fruto de este interés, Riesgo dio cuenta de 29 megalitos, si bien muchos de los objetos que halló le fueron robados al comienzo de la Guerra Civil al sufrir un expolio en su casa. Sus cuadernos de campo también fueron destrozados, pero pudieron ser parcialmente recompuestos gracias a los fragmentos conservados y a su memoria.

A lo largo de las décadas, otros autores acudieron muy circunstancialmente a la comarca a estudiar estos monumentos y, en conjunto, clasificaron 44 megalitos, a los que habría que añadir otros 18 que se han conocido posteriormente por el trabajo de campo. En total, son 62 los monumentos prehistóricos que motean un "paisaje sagrado", como lo califica el coordinador de la investigación actual. Salvo raras excepciones, se trata de sepulcros de corredor o galería, aunque también se ha hallado algún tholos y dos menhires, uno de ellos fotografiado bajo estas líneas en la zona conocida como los Frailes, en cuyas proximidades hay tres enterramientos.

Juan Palomo, en el menhir de los Frailes. / El Día

La aportación de este estudio es doble, como explica el profesor Benítez de Lugo. Por una parte, porque hace una revisión historiográfica de material antiguo, con una metodología ya superada y desarrollada por ingenieros, no arqueólogos, "humanistas en el sentido más amplio del término". Ahora se ha demostrado que sus estudios eran "muy rigurosos" y se ha podido verificar si esos materiales permanecían. "La sorpresa nuestra es que, efectivamente, la conservación es mayoritariamente buena pasados estos miles de años y teniendo en cuenta la pérdida tan importante que ha habido en otras zonas. Hay algunos alterados por granjas, pero no están roturados, es decir, no les ha pasado un tractor por encima", abunda el docente.

Por otra parte, se ha comprobado con metodología contemporánea las posibles alineaciones de estos dólmenes con el estudio concreto de siete de ellos, casi la totalidad en el término municipal de Villanueva de Córdoba. "Como cosa sorprendente, cabe destacar que la mayoría están orientados al orto solar, es decir, al plano del hemisferio por donde aparece el sol", explica el investigador.

Los resultados obtenidos permiten afirmar, por tanto, que el diseño de la ubicación de los megalitos "no es casual", por lo que "una ampliación de las investigaciones permitiría conocer mejor las nociones que estas sociedades tenían del tiempo, del espacio circundante y de su ritualidad en torno a la muerte", propone.

Buscando la salida del sol

El más monumental y mejor conservado del conjunto investigado es el dolmen de las Aguilillas -en la imagen que abre esta información-, situado a unos ocho kilómetros del casco urbano de Villanueva de Córdoba en un paisaje de dehesas cercadas. El monumento ya fue visto por Riesgo en los años 20 del pasado siglo "como se encuentra hoy": con su gran tapa inclinada y la cámara funeraria colmatada de tierra, sin vestigio alguno de túmulo que lo cubriera. En su momento se encontró un ajuar funerario en una esquina del recinto, con seis vasijas y más de 60 puntas de flecha, así como fragmentos óseos correspondientes a un cráneo y algunas coronas dentales. La entrada de este dolmen, aventuran los estudiosos, miraría al Este y, para un horizonte plano, su orientación coincide con la de la salida del sol en los equinoccios.

Dolmen del Rongil. / El Día

Otra orientación "llamativa" es la del Rongil, a unos 9 kilómetros al sur del casco urbano jarote. Se trata de una galería dolménica, forma poco frecuente en la comarca, y uno de los pocos monumentos asentados fuera de la mesa de granito que desde el punto de vista geológico ocupa gran parte de la zona. De la época del calcolítico, está destruido en gran parte a causa de obras y labores agrícolas, pese a lo cual los expertos han podido constatar que coincide prácticamente con la salida del sol en el solsticio de invierno.

Otros ejemplos parecen buscar la luna. Es el caso de Torrubia, que se sitúa dentro del rango de coordenadas en el que se mueve este astro. Este sepulcro se ubica en el término de Cardeña, entre Conquista y Azuel, y aún hoy su túmulo destaca sobre el paisaje, sobre todo cuando se divisa desde el Sur.

Más llamativa aún es la orientación del dolmen del Torno, a unos 9 kilómetros al Sur de Villanueva de Córdoba, también plantado entre las dehesas. Se trata de un túmulo de unos diez metros de diámetro, con una cámara rectangular y, lo más sobresaliente, una pintura alada rojiza esquemática y borrones indefinidos de pinturas. Se trata de un motivo recurrente en los abrigos de Fuencaliente, El Horcajo y Puertollano, en la vecina provincia de Ciudad Real. "No se aprecia una orientación solsticial, lo que solo en muy pocos casos ocurre", explica el profesor Benítez de Lugo, quien cita un ejemplo cercano, el conjunto de Menga, en Antequera, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

"No están orientados al sol ni a la luna, sino a un hito paisajístico que a los hombres de aquel momento les llamaba la atención, la cara de un gigante que rompe el terreno y que para ellos era una señal", explica el docente. En el caso del dolmen jarote, esta "orientación anómala" tendría su explicación a que mira a Fuencaliente, donde ya se conocerían las aguas calientes que en una sociedad muy ritualizada y muy animista como aquella sería una señal". "Todo tenía una explicación del espíritu, y en este caso podría relacionarse con la energía calorífera de las aguas termales que brotan de la tierra", teoriza.

En conclusión, del total de las siete tumbas sometidas a mediciones, en cinco de ellas la orientación coincide con la salida del sol en algún momento del año o con la de la luna. Si bien no se observa preferencia por una época en particular, el quipo del profesor Benítez de Lugo concluye que este resultado responde a los cánones de orientación hallados en la región, en el resto de España y Portugal, así como en construcciones de la misma época y posteriores de todo el Mediterráneo. "El estudio de las orientaciones de monumentos megalíticos puede aportar información acerca de las nociones del espacio, el tiempo o la muerte de las sociedades que los construyeron. El reto ahora es "seguir un poco más allá", realizar algún tipo de analítica de isótopos para ver qué tipo de gente estaba enterrada, qué dieta tenían, de dónde era su procedencia, propone.

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