Peñarroya-Pueblonuevo recuperará el antiguo cementerio francés, reflejo de su época dorada
Alto Guadiato
En una sección del camposanto de San Jorge reposan los restos de ingenieros industriales y prohombres de la etapa más esplendorosa del municipio
Hace años que nadie lleva flores a la tumba de Albert Dumay. Ni acicala la lápida de Camille Desportes. Ni la de Sor Maria Saint Claudine. En lo alto de una loma del cementerio de San Jorge de Peñarroya-Pueblonuevo, con vistas sobre las monumentales chimeneas del Cerco Industrial, se apiñan una treintena de grandes tumbas con aspecto abandonado que sin embargo narran la época más esplendorosa del municipio, cuando rondaba los 30.000 habitantes y acogía una colonia estable de un centenar de ciudadanos franceses.
Llegaban al Alto Guadiato como ingenieros al servicio de la todopoderosa Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, de capital francés y belga, fundada en 1881, la "madre compañía" como se la llamaba. Hacían algo de fortuna y regresaban. Los que fallecían, habitualmente, eran repatriados, pero las décadas de convivencia dejaron en el cementerio local dos hileras de enterramientos muy singulares que, ahora, la asociación La Maquinilla, en colaboración con el Ayuntamiento peñarriblense, quiere recuperar como una reivindicación de la época dorada de la ciudad.
"El cementerio francés resume el momento de esplendor de Peñarroya-Pueblonuevo. Recuperar su historia es una manera de conocer cómo hemos llegado hasta aquí. Debemos concienciar a la población de la cultura francesa con la que convivimos durante tantos años", explica el presidente de La Maquinilla, Rubén Cañamaque. Los propios alumnos del instituto Alto Guadiato se implicarán en esta labor, investigando la historia de las personas que descansan en las sepulturas. El fin último es inscribir el camposanto en la Asociación Europea de Cementerios Significativos (ASCE), un trámite que ya se ha iniciado.
Los primeros franceses llegaron a Peñarroya en torno a 1850 y el último se marchó en 1969. "Vivían en su propia zona, lo que ahora se conoce como barrio francés, con vigilancia propia a cuenta de la empresa. Allí se podía construir sin pedir autorización al Ayuntamiento. Hacían y deshacían. Y con los vecinos de Peñarroya el único contacto que había era de tipo profesional", relata el cronista oficial de Peñarroya-Pueblonuevo, Jerónimo López, que ha estudiado esta época. El Estado francés llegó a destinar a un cónsul a la comarca que se encargaba de resolver los problemas que pudieran sobrevenir a los miembros de la colonia, que tenía a su cargo a cerca de 7.000 obreros que trabajaban en los tres cercos industriales que funcionaban de manera simultánea en los momentos de mayor actividad.
"Salvo excepciones, hacían una vida totalmente independiente de la población local. Venían a hacer dinero, estaban 15 años como mucho y luego se volvían. Era una vida muy nómada, que transcurría sin apenas crear vínculos con los locales", añade Rubén Cañamaque. La burbuja francesa tenía, incluso, sus propios espacios para la diversión, actualmente el parque Carbonífera. Lo que ahora es la biblioteca municipal, de evidentes líneas afrancesadas, era en aquellos momentos el Círculo Francoespañol. Había pistas de tenis, jugaban al croquet, tenían sala de baile, organizaban fiestas y señalaban sus propios días en rojo en el calendario, como el 14 de julio, aniversario de la Toma de la Bastilla, o la victoria de la I Guerra Mundial.
Pueblonuevo del Terrible, el 'far west'
Y Pueblonuevo del Terrible, con su nombre de leyenda, empezó a crecer. "Aquello era el far west, una tierra de frontera. Recordemos que estábamos en la segunda revolución industrial y que ni siquiera había una conexión directa entre la cuenca minera y Córdoba, porque hasta los años 30 del siglo XX no se construye la carretera hasta Espiel. Si los delincuentes tenían que esconderse, se iban allí porque eran difíciles de encontrar entre toda la población creciente", narra Jerónimo López. En 1879 Pueblonuevo del Terrible se dotó del primer cementerio, pero pronto se quedó pequeño y en 1908 se inauguró el de San Jorge, donde descansan los prohombres.
La mayoría de los franceses que se trasladaron a Peñarroya en aquellos años, gran parte de ellos ingenieros, eran menores de 45 años. Los había con familia y solteros. A los primeros les proporcionaban viviendas jardín con todas las comodidades -siguen en pie en las calles Reina Victoria y José Le Rumeur-, y para los singles existía un hotel, ya desaparecido, que gestionaba la propia empresa. "Cuando morían los enterraban aquí, pero los herederos y descendientes se los llevaban a Francia al cabo del tiempo. Con algunos, sin embargo, se rompió el vínculo y sus restos se quedaron para siempre en Peñarroya", explica el presidente de La Maquinilla. Las suyas son las lápidas que ahora se van a recuperar.
Entre los monumentos funerarios que se conservan están la tumba de Eugenio Liabeuf, que fue director de la empresa hasta 1948, o la de Camille Desportes, uno de los ingenieros. También descansa en Peñarroya Basile Vovk, un ruso que había huido a Francia de la revolución bolchevique y que en los años 20 fue enviado a España. Como ingeniero de ferrocarril, pasó de Puertollano a Peñarroya, donde falleció en 1948.
Otra lápida recuerda a Josefa Lesieux, "esposa de" Jose Jacqmart, un ingeniero que "fue cogido" por los mineros en las huelgas del 36. "Era un hombre bastante querido porque bajaba cada día a las galerías y favoreció la creación de un equipo de fútbol, el Titan, en los años 30", relata el cronista oficial, que a lo largo de los años ha recuperado algunas de estas historias.
En otra de las lápidas se lee el nombre de Manuel Stoker Vázquez, un niño fallecido a los 5 años que ejemplifica la "confraternización" que circunstancialmente se producía entre franceses y españolas. "Eran mujeres de la alta sociedad que venían de fuera de Peñarroya, aunque en ocasiones también hubo casamientos con mujeres de familias notables locales".
La hilera de tumbas añosas ayuda a comprender aquella época floreciente y a reconstruir cómo era la vida en el moderno Pueblonuevo del Terrible. Hay un panteón para las monjas de la Presentación de María porque los franceses, sibaritas, se trajeron su propia educación, que encomendaron a la congregación. Entre una gran expectación, las religiosas llegaron a la localidad en 1902 para brindarles una instrucción francesa a los niños, segregados de los locales. Varias religiosas recibieron sepultura a partir del año 1917 y una de ellas, Sor Maria Saint Claudine, incluso tuvo su propio enterramiento independiente.
Junto a aquella elite afrancesada, recibieron sepultura algunos españoles, mandatarios y prohombres locales que tuvieron la oportunidad de tutear a los extranjeros. Entre ellos, José Antonio Rodríguez Aparicio, el alcalde que segregó la aldea de Pueblonuevo del Terrible de Belmez, municipio vecino del que en origen dependía. Rodríguez Aparicio era contratista de la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya y adquirió un notable poder económico y social; era propietario de la plaza de toros, de la fábrica de harinas y se hizo la primera casa en la que sigue siendo la arteria comercial por excelencia de la localidad, la calle Juan Carlos I. Falleció en enero de 1910, en el ejercicio de su cargo, como recuerda el cronista oficial, y fue enterrado en la hilera más sobresaliente del camposanto de San Jorge.
Cerca de él yace Eladio León, que ahora da nombre a un colegio. Procedente de Cádiz, se hizo médico mientras era mancebo de farmacia. Vivió en El Porvenir y, trabajando para la empresa, estudió las patologías mineras. Don Eladio fue designado alcalde durante la dictadura de Primo de Rivero y cesó cuando cayó el régimen. Fue el impulsor de la unificación en 1927 de Peñarroya y Pueblonuevo del Terrible, cuyos núcleos de población para entonces ya se hallaban contiguos debido al rápido crecimiento poblacional y de viviendas surgidas al amparo de la industria. "La propuesta fue contestada porque había sentimientos de pertenecer a pueblos distintos, pero a la burguesía de ambos núcleos y a la empresa le beneficiaba, y la madre compañía movía la voluntad", resume el cronista oficial. Años más tarde, cuando los rebeldes nacionales tomaron el pueblo en 1936, Eladio León y Castro regresó a la Alcaldía. Murió en 1947.
En 1969, Peñarroya-Pueblonuevo despidió al último ciudadano de la colonia francesa, el cónsul Pierre Rousseau. Aunque lo cierto es que, desde 1961, cuando la empresa Encasur se hizo cargo de la gestión de las minas, Rousseau apenas había desempeñado función alguna. "No recibió una despedida especial. Se fue y ya está", zanja Jerónimo López. La historia a partir de ese momento es de sobra conocida.
Construcción de un acerado accesible
La asociación La Maquinilla, que acaba de cumplir una década de vida, y el Ayuntamiento han iniciado el proyecto para la recuperación del cementerio francés, que actualmente no es accesible para personas con movilidad reducida. El Consistorio invertirá 2.000 euros en la construcción de un acerado adecuado que permita las visitas y La Maquinilla, con la ayuda de los alumnos del instituto Alto Guadiato, se encargará de confeccionar los paneles informativos y de realizar los trabajos de investigación de las personalidades enterradas en el camposanto. Para ello, será esencial la ayuda del cronista oficial, Jerónimo López. El proyecto está pendiente de una ayuda por valor de otros 2.000 euros solicitada al área de Participación Ciudadana de la Diputación de Córdoba, más los recursos propios que pondrá La Maquinilla, como explica su presidente, Rubén Cañamaque. El objetivo último es inscribir el cementerio en la Asociación Europea de Cementerios Significativos (ASCE), para lo cual ya se ha iniciado el trámite.
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