La sequía hace aflorar el pueblo hundido en el pantano de Iznájar durante décadas
Medio ambiente
El embalse, a solo el 20% de su capacidad, deja al descubierto cortijos, viviendas, industrias y yacimientos arqueológicos
Un recorrido en fotografías por las ruinas que emergen del pantano de Iznájar
Viviendas, cooperativas, industrias, tierras de labor, cortijos, aldeas, puentes... La construcción del pantano de Iznájar en la década de los 50 del pasado siglo se llevó por delante innumerables construcciones y echó de sus casas a cientos de personas. Ahora, 60 años más tarde, muchos de aquellos recuerdos sepultados bajo el agua durante décadas empiezan a salir a la luz por efecto de la sequía, que ha llevado el embalse a una de las cotas más bajas desde los años 80. Han aflorado bajo una capa de barro castilletes de la luz, puentes, chimeneas, cooperativas, cortijos, yacimientos arqueológicos y casas de labor, algunas de ellas difíciles de identificar porque ya no existen fuentes orales que puedan traerlas al presente.
De entre todas, llama especialmente la atención por su buen estado de conservación el cortijo del Pamplinar, en el término municipal de Rute. Bajo el lodo seco se distinguen con facilidad tramos de escalera, muros que dibujan habitaciones, una alberca e incluso una fuente ornamental. "Nunca había visto el pantano a este nivel. Es preocupante", afirma Miguel Ángel Montes, un fotógrafo de la vecina localidad de Cuevas de San Marcos, en la provincia de Málaga, que documenta con su cámara, en ocasiones en formato de 360 grados, las edificaciones que salen a la luz.
Las imágenes impactan, con las colas en un nivel bajísimo y las aguas mansas del embalse entre tierras cuarteadas. Las ruinas de viejas edificaciones asoman aquí y allá. En el Pamplinar, que era un sitio de postín, es posible reconstruir cómo eran los tiempos antes de que el agua lo devorara todo. Se conservan parterres, trozos de columnas, jardines aterrazados, tuberías y fuentes ornamentales que ahora miran al agua. En Rute se cuenta que era un lugar frecuentado por el poeta Rafael Alberti, quien pasó una larga temporada en el municipio de visita a su hermana. Aunque ahora lo que preocupa no son los recuerdos que vuelven, sino la sequía que amenaza al regadío y, sobre todo, al consumo humano, pues Iznájar abastece a cerca de 200.000 personas.
A fecha de 19 de septiembre, el embalse apenas acumula 196,4 hectómetros cúbicos de los 981 posibles, el equivalente al 20% de su capacidad total. Y advierten los expertos de que el volumen de agua aprovechable podría ser en realidad muy inferior, ya que en teoría un 10% son lodos. De estas tierras colmatadas, precisamente, surgen las viejas construcciones, pues la lámina de agua ha caído desde los 421 metros sobre el nivel del mar de máxima hasta los 371 actuales.
Algunas de estas ruinas tienen siglos de antigüedad y son verdaderas ventanas abiertas a la historia. Es el caso de la almazara romana del Pamplinar, a pocos metros del cortijo homónimo, bien estudiada en 2017 en otro descenso del nivel del pantano, aunque aquel no fue tan drástico como el actual. El yacimiento quedó anegado y ahora es otra vez visible, incluso más que en el anterior periodo de sequía, ya que cuando se documentó el pantano estaba al 24% de su capacidad. Fechado en el siglo I después de Cristo, todos los espacios hasta el momento excavados pertenecen a un centro de producción oleícola que habría estado en funcionamiento al menos hasta la mitad del V: casi medio milenio.
Quien haga el esfuerzo de llegar hasta él, realmente podrá ver muy pocas estructuras como consecuencia del arrasamiento del agua. Belén Ortiz, una historiadora de Iznájar que participó en las excavaciones, explica que, esencialmente, quedan un conjunto de estancias distribuidas en terrazas, la mayor parte de las cuales cuentan con suelos y paredes cubiertas con opus signinum romano. A estas, se suman una serie de piletas de decantación con sumidero que podrían tratarse de contenedores de vino y, sobre todo, de aceite, pues en estas tierras siempre ha predominado el olivar.
La hipótesis planteada en las conclusiones provisionales de la investigación, recuerda Ortiz, es que el excedente del producto local sería transportado en barcazas a través del Genil en busca de mar abierto, desde donde partiría hacia Roma. En el viaje de vuelta, las barcazas volverían río arriba con cargamento marino, pues durante las excavaciones se documentaron multitud de conchas de ostras, ostiones y cañadillas.
La maqueta de Ana y Marcial
Para encontrar las mayores cicatrices, sin embargo, hay que ir a Iznájar, la localidad de 4.300 habitantes que da nombre al pantano. En el Centro de Interpretación del Embalse se expone una maqueta monumental que, durante años, construyeron Ana Cordón y su marido, Marcial Martí. La familia de Ana vivía en las Huertas de las Granjas, una de las dos aldeas que quedó sumergida -la otra era el Remolino-; cuando tenía 11 años, ella y su familia se vieron obligados a emigrar a Cataluña como muchos otros vecinos de la zona. Allí conoció a Marcial, con quien se casó en 1965. Ya jubilados, decidieron indagar en el pasado y reconstruir cómo era Iznájar antes de la presa, dónde estaban los cortijos, las viviendas, las industrias y los caminos que ella frecuentó en su niñez.
Fue una labor compleja que duró años y en la investigación fue fundamental un antiguo plano facilitado por la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) y una pintura bastante esquemática de una vecina iznajeña que, tirando de memoria, había intentado plasmar con un pincel cómo era Iznájar antes de que el lago de interior más extenso de Andalucía rodeara el caserío. Estos dos documentos, tan importantes el uno como el otro, son la base de la maqueta, a escala de 1:2.000, que ahora está ayudando a interpretar las ruinas que vuelven a la vida -la historia completa se puede ver en este vídeo-.
Ahí se documentan, por ejemplo, cómo era el barrio de San José, donde se conserva casi intacta la chimenea de la zona del Puente de Hierro, en su momento parte de la fábrica de aceite de Industrias Belo, pues el aceite y el olivar ya eran motor económico de toda la zona mucho antes de la presa. En este mismo enclave se encuentran restos diversos de lo que eran las viviendas de los vecinos, aunque se trata en la mayoría de edificaciones sin valor arquitectónico o artístico, como explica la historiadora local Belén Ortiz, con independencia de todos los recuerdos que están avivando
También llaman la atención los vestigios bien conservados de una vieja torre de luz, con los vanos de las ventanas e incluso el marco de entrada de la puerta. En su momento abastecía a esta aldea y a las casas de los alrededores de energía eléctrica, y ahora es objetivo de las cámaras y los móviles de vecinos y senderistas, que buscan la foto en peregrinación por lo insólito del paisaje.
El puente del Molinillo, intacto
Más aún llama la atención el puente del Molinillo, cuyos cinco arcos de medio punto se muestran estos días a la perfección sin una gota de agua que pase por debajo. El entorno se ha convertido en un valle extenso, como era antes de la presa, que se llena de vegación cuando la temperatura y la sequía lo permiten. Es, con toda probabilidad, la estructura más características de toda las que engulló la presa tanto por sus dimensiones como por su excelente estado de conservación, pues se yergue intacto y recuerda los días en que era paso obligado de la carretera que comunicaba Iznájar con Rute y Loja, en la cercana provincia de Granada.
Ahora es de nuevo transitable para los peatones y, de hecho, con motivo del Día Mundial del Turismo, el Centro de Interpretación del Embalse organiza este mes de septiembre varias rutas de senderismo guiado e interpretado. Saldrán desde la playa de Valdearenas y atravesarán la antigua pasarela de piedra, como explica la coordinadora del centro y gerente de la Estación Náutica Lago de Andalucía, Miriam Chía.
En la zona de la playa, junto a los hidropedales y los kayak dispuestos para partir, hay otras ruinas que llaman la atención, aunque hay que saber mirar pues son difïciles de identificar. Los iznajeños las llaman las tumbas y son en realidad los restos de una necrópolis íbera de donde se extrajeron ajuares con piezas de cerámica en muy buen estado de conservación que se exponen en el Museo Arqueológico de Córdoba.
De vuelta al puente del Molinillo, en mitad de las vistas espectaculares que brinda, otra estructura que llama la atención: la chimenea de otra vieja orujera, en esta ocasión correspondiente a la fábrica de aceite del Conde de la Revilla, como recuerda la historiadora Belén Ortiz. Se yergue impoluta, ahora en mitad del campo, en lo que se conocía como Fuente de Iznájar, lo que antes de la presa eran los extramuros del casco urbano.
Un antes y un después de la presa
Y es que la construcción del embalse modificó no solo el paisaje de esta tierra, convirtiendo su núcleo principal en una pequeña península que parece emerger entre las aguas unida a tierra firme a través de puentes, sino que transformó toda su estructura social y económica. Se produjo una modificación del medio físico, de las actividades económicas, de los asentamientos de población y de las infraestructuras. Surgió así un nuevo Iznájar con nuevos problemas.
Porque la construcción del embalse supuso la expropiación de las mejores tierras cultivables del municipio, como recuerda el Ayuntamiento, lo que provocó el desplazamiento de innumerables vecinos. Multitud de familias fueron trasladadas a tierras de los regadíos surgidos río abajo (Céspedes, Poblado de Maribáñez o Bembézar) en contraprestación al desalojo por el que se vieron afectadas y otras optaron por la emigración a otras regiones del norte de España, como la de Ana Cordón, constructora de la maqueta referencial.
El pantano fue inaugurado el 3 de junio de 1969 como un gran acontecimiento con una retahíla de cifras impresionantes. Cubrió 3.000 hectáreas, de las que 200 eran de regadío, y dejó inundados 150.000 olivos, mientras que la superficie regable creada ascendió a 65.000 hectáreas. En la construcción de la presa fueron empleados 1,4 millones metros cúbicos de hormigón, lo que supuso en su momento el récord de tales obras en España.
Dos viaductos de hormigón pretensado se construyeron para poner en comunicación la variante de la carretera de Lucena y Loja, pero las aguas se embalsaron antes de que fuesen terminados los viaductos y durante casi un año el paso de orilla a orilla se hizo en barcas y pontones. Las estadísticas de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir arrojan datos de más de 10.000 tránsitos en barcas de personas y ganado y más de 9.000 vehículos trasladados que ahora regresan al recuerdo.
Senderismo por la margen izquierda del pantano
Para quien no disponga de esas fechas y quiera ir por libre, existe un sendero homologado que recorre la margen izquierda del pantano y desde el que ahora se pueden contemplar algunas de estas ruinas. Con inicio en el puente Agroman (en Iznájar), es un recorrido lineal de 15 kilómetros de longitud que llega hasta el muro de la presa. De dificultad media, la ida se completa en unas seis horas -puedes consultar todos los detalles en este enlace-.
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