Un sentimiento ligado al tambor

Baena

El judío es la figura central de la Semana Santa de Baena y ahora adquiere un protagonisno internacional tras la declaración de las Tamboradas como Patrimonio Inmaterial por la Unesco

Colinegros y coliblancos echan las cajas. / S. Núñez
Sara Núñez

02 de diciembre 2018 - 05:00

Como ya dijera el baenense Juan Torrico Lomeña, “el judío es el alma y el motor de la Semana Santa de Baena, es el gran protagonista que le da vida, sonido y color, ya que sobre el mismo recae todo su protocolo”. El judío, esa figura diferente al resto, única, anárquica, con personalidad propia y compleja en ella misma; que ahora adquiere un protagonismo internacional tras la declaración de las Tamboradas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Uniformada siempre, la diferencia viene establecida por el color de la cola, blanca o negra, que cuelga de sus cascos de coracero y cuya tonalidad es la que hace que sean mundialmente conocidos como “coliblancos” o “colinegros”. Diversas son las teorías del porqué de la elección antaño de unas crines u otras, si bien se ha determinado que puede deberse a vinculaciones políticas o económicas.

Las normas y protocolos a los que están sujetos son muchos y muy estrictos

Según algunas teorías, las colas negras las portaban aquellas personas de ideas más liberales mientras que los más conservadores solían llevar las blancas. De igual forma, otros defienden la idea de que los judíos con mayor poder adquisitivo portaban las crines blancas (mucho más costosas) y en cambio, los ciudadanos con menos recursos lucían las negras.

De una u otra forma, nada tienen que ver estas teorías en la actualidad ya que hoy la elección de la misma viene más determinada por la tradición familiar, por las amistades o simplemente porque sí. Ahora bien, el judío que es colinegro o coliblanco, lo es con todas sus consecuencias, se aferra y defiende con ahínco su color y siempre asegurará, bajo cualquier circunstancia, que los suyos son y serán siempre “los mejores”. Baena cuenta con dos turbas, la blanca y la negra, y cada una está integrada por ocho cuadrillas diferenciadas.

Antiguamente había conflictos y rencillas entre las diferentes colas, hoy solo existe una sana rivalidad determinada más por el orgullo que cada uno siente por lo que es, que por cualquier otra cuestión, y aunque resulta hermoso ver tocar juntos a judíos de diferentes crines, esta estampa solo puede disfrutarse cuando se echan las cajas el Miércoles Santo o antes y/o después de cualquier procesión.

Un grupo de colinegros, por una calle de Baena. / S. Núñez

Y es que, las normas y protocolos a los que están sujetos los judíos son muchos y muy estrictos. Así, los colinegros solo podrán desfilar en los días en que procesionen las cofradías determinadas como “negras”, en este caso la de Nuestro Padre Jesús Nazareno y la de Nuestra Señora del Rosario. Los coliblancos lo harán únicamente cuando hagan estación de penitencia las cofradías del Huerto, del Prendimiento y del Dulce Nombre de Jesús.

Tan solo hay una excepción, el Miércoles Santo, día en el que esta cofradía invita a la turba de judíos de la colanegra al desfile. Aún así, habrá reservas y ningún judío colinegro que se precie podrá acercarse a la iglesia de San Francisco, desde donde arrancará el desfile.

Un judío colinegro desde la cuna, Ramón Burrueco, explica que “a pesar de ser colinegro desde que nací, para mí la diferencia entre unos u otros solo reside en el color y en la cofradía a la que perteneces, eso sí, juntos pero no revueltos” pero “ambos engrandecen la Semana Santa de Baena por igual desfilando con sus tambores y banderas y dándole un toque de color y clase a la Semana Mayor”.

En su opinión, “el judío une a las personas ya que se comparten muchas horas en procesiones, cuarteles, vivencias con los amigos que están y otros que vuelven un año tras otro para tocar el tambor”, y es que en Baena “todo el año se está pensando y trabajando para que el casco, cola y plumero brillen, luzcan radiantes y el tambor suene sin igual por las calles de la ciudad”.

Burrueco defiende que ser judío es “un sentimiento que año tras año se va pasando a las nuevas generaciones haciéndolas partícipes de vivencias, recuerdos y tratando de inculcarle los valores religiosos y el buen hacer del judío”.

Unas ideas que coinciden con las de Jorge Peña, coliblanco desde niño y que cuenta que para él “ser judío es seguir la tradición familiar por parte materna, en mi caso por mi abuelo, pero el color de la cola creo que es lo de menos; en realidad para mí lo importante es ser judío”.

Peña insiste en que “es convivencia, amistad, caminar al lado de aquellos a los que quieres transmitir esos valores y, cómo no, acompañar a nuestras imágenes por las calles de Baena en su estación de penitencia a golpe de baqueta, cargados de sentimientos y extrañas sensaciones que solo se viven en estos días grandes”.

La riqueza del judío va más allá. Qué decir de su tambor, genuino y único, con aros de madera de almezo o haya, fondo de metal, cordel, anillas, pellejo de piel de cabra, chillones de tripa o seda. Aunque a simple vista todos los tambores son iguales, cada uno tiene un sonar particular, al gusto del que lo porta y en sintonía con él hasta el punto de convertirse en uno solo.

Sorprendente por su belleza es el redoble, con su incesante golpeo en distintas intensidades

También es rica la tradición del tambor del judío de Baena en cuanto a la diversidad de toques. Sorprendente por su belleza es el redoble con su incesante golpeo en distintas intensidades y que los niños aprenden desde cortas edades en el Taller de Redoble. Está también el toque de calle, el que los judíos realizan en los misereres o en su deambular de un lado a otro y finalmente, el toque de procesión, solemne y serio, cargado de respeto cuando se realiza en estación de penitencia.

La localidad baenense cuenta además con otro tipo de tambores diferentes al del judío tanto en su forma como en su sonar, los conocidos como tambores roncos. Estos en cambio, están elaborados con piel de vaca, tienen un sonido menos afinado y están forrados con la tela del color con el que desfilen sus cofrades.

Aparecieron en la década de los años 20 y poco a poco se han ido incorporando con más fuerza a la Semana Santa hasta el punto de que actualmente cada cofradía cuenta con una hermandad de tambores roncos que crece año tras año en número de hermanos y que hoy lucen numerosísimas. El tambor judío y los tambores roncos son hoy Patrimonio de la Humanidad.

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