El vecino de Belmez que lleva cuatro décadas dando cuerda al reloj del Ayuntamiento: "Me he llevado sustos morrocotudos"
Alto Guadiato
A sus 82 años, Nicolás Barrena trepa dos días a la semana a la cubierta de la casa consistorial para activar un monumental reloj mecánico
"Lo lógico es que esto no lo quiera nadie. ¿Quién se va a atar a esta obligación, que además sale tan barata, y es para siempre?", reflexiona en voz alta y algo cansada Nicolás Barrena, un vecino de Belmez (Córdoba) de 82 años que desde hace cuatro décadas se encarga de dar cuerda al reloj del Ayuntamiento. Pudiera parecer un pasatiempo inofensivo, pero en realidad es una afición de alto riesgo la que practica este relojero jubilado, aunque él le quita hierro: cada lunes y cada viernes, Nicolás trepa por una escalera de madera para acceder a la cubierta de la casa consistorial, un edificio decimonónico en cuyas alturas se custodia este cacharro monumental que no debe dejar de girar.
La escala tiene 23 peldaños totalmente verticales que Nicolás conoce de memoria tras 40 años de ascensos y descensos, aunque no debe bajar la guardia. "Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas", aconsejaba Julio Cortázar en sus Instrucciones para subir una escalera, y no está mal recordarlo.
En realidad, es como si todo el edificio de la calle Córdoba, 1, esta gran manzana de ladrillo rojizo y piedra, hubiera sido diseñado para cobijar el reloj que marca los tiempos de los belmezanos, con su campana alzándose sobre los tejados de las casas. Por el patio , por ejemplo, se descuelgan las tres pesas que necesita su mecanismo: una toca los cuartos, otra las horas y la otra hace que el tictac no se detenga. Y entre las tejas, en la cubierta, un pequeño camino hecho de mezcla por el que apenas cabe un pie lleva hasta un habitáculo que guarda esta máquina del tiempo o, más bien, esta máquina que fabrica el tiempo.
Allí va Nicolás, los lunes y viernes, con el calor de agosto y el frío de enero, para dar cuerda al reloj. "Hay que hacerlo. De lo contrario, deja de funcionar correctamente", dice con pesadumbre solo de imaginarlo. Porque que muera un reloj es lo peor que puede pasarle a un relojero. Chicho Ibáñez Serrador lo imaginó en una de sus Historias para no dormir, y el resultado fue aterrador.
¿Y alguna vez ha ocurrido que se detenga? "Me he llevado sustos morrocotudos, he estado varias veces a punto de tirar la toalla", confiesa levantando el tono de la conversación. Y afirma, como si fuera un reto personal de lucha contra el tiempo: "Aguantaré todo lo que pueda mientras pueda subir. Ojalá 15 ó 20 años más". Entonces, los medios de comunicación informarían del vecino centenario que da cuerda al reloj de Belmez, quizás el último relojero en activo de la provincia. Pero quién sabe qué deparará el futuro, si el reloj será sustituido por otro más fácil de manipular, por uno digital y conectado a internet, que no necesite cuerda, aunque en principio no es un plan que baraje el Ayuntamiento. O si las pulseras crossfit, que miden los latidos del corazón y los pasos, harán que nadie preste atención a las manecillas y los toques.
"Me emocioné con el reloj"
Es 28 de octubre y, como cada viernes, Nicolás tiene su cita en las alturas del Ayuntamiento. Sube la escala y bajo sus pies quedan el salón de plenos, el despacho del alcalde y las oficinas de los funcionarios. En realidad, sin saberlo, todos se mueven al ritmo del continuo picapedreo que se produce sobre sus cabezas, incluso el colegio, la panadería o el estanco. "El reloj lo ocupa todo", dice Nicolás refiriéndose al edificio, aunque en principio podría parecer que habla de cosas más profundas. Entonces sale a la cubierta y observa cómo ante sus ojos se despliegan los tejados del municipio y, al fondo, el Castillo como un funambulista que mantiene el equilibrio sobre la loma de piedra. Un caminito de asfalto lleva hasta el habitáculo donde trabaja el mecanismo robusto del reloj: "Creo que es bilbaíno", dice antes de entrar.
La ceremonia siempre es la misma: "Primero hay que limpiarlo con gasolina y engrasarlo. Y luego girar la manivela, darle veintitantas vueltas. Y repetir esto tres veces, una vez en cada rueda, una vez por cada pesa", explica mientras clava los pies en el suelo de madera para impulsarse, porque crear el tiempo es algo que requiere del esfuerzo de todo el cuerpo. La Virgen de los Remedios, patrona del municipio, observa desde una estampa junto a la ventana. Entonces se abre otro plazo de cuatro días, una nueva cuenta atrás, y el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, el perfume del pan, describió Julio Cortázar en sus Instrucciones para dar cuerda al reloj. Si descubre algún desajuste, si las manecillas se atrasan o se adelantan, que también ocurre, consulta el móvil: "Mi referencia es internet, la hora es exacta".
La relojería de Nicolás -Barrena- cerró en 2005 tras intervenir en su quirófano cientos de relojes de todo tipo, de muñeca y domésticos, a los que cambió la pila, dio cuerda, puso a punto, reparó o cambió la correílla. "Debía ser 1980 cuando me salió esto. Subí por primera vez y me emocioné con el reloj", confiesa, porque aquello era como estar en las entrañas del tiempo. Antes se encargaban "otra personas", al principio un tío de su padre, porque esta es una máquina que devora los días y las semanas y los meses y sobrevive a las generaciones. ¿Quién será el próximo relojero? Él tiene tres hijos y una hija, y ninguno quiere saber nada de esta historia. "¿A quién le va a interesar?", se pregunta otra vez en voz alta. "Si al menos tocara la guitarra como el de Córdoba...".
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