Fervor por la Virgen de la Sierra de Cabra
Subbética
La patrona baja al municipio rodeada de miles de personas en una romería marcada por el calor y que abre un mes cargado de celebraciones
Hay fechas marcadas en cualquier calendario, pero en el de los egabrenses coincide, sin duda, la del cuatro de septiembre. La jornada en que, anualmente, la Virgen de la Sierra, patrona de este municipio de la Subbética, regresa a la localidad de la que es alcaldesa perpetua para compartir un mes de estancia entre los suyos. Así lo manda la tradición, secular y arraigada en lo más profundo de la idiosincrasia local, y así sucedió en este caluroso miércoles.
Con los ecos del pregón que la noche anterior pronunció el padre José Antonio Tejero aún en la memoria, la mañana se desperezó con el repique de campañas que, desde todas las espadañas del municipio, con singular sincronía, anunciaba la inminente llegada de la Virgen en una tarde que se preveía intensa y cargada de sentimiento.
Auténticos ríos de personas, durante el mediodía, fueron llegando a las inmediaciones del Vado del Moro, donde la Hermandad de San Rodrigo Mártir-Costaleros de la Virgen de la Sierra volvió a organizar el servicio de lanzadera de autobús para facilitar el acceso al picacho de los miles de peregrinos que, un año más, volvieron a acompañar a la Santísima Virgen en su tránsito romero, a través de la Serranía, hasta su localidad.
Para la ocasión, la Señora lució un manto de estreno, en seda color azul pavo real y brocados valencianos en oro y sedas de colores, donado por César Almendros. Entre cuatro imponentes piñas de nardos, fue recibiendo la visita de cuantas personas iban recalando en la altura. Una impaciente espera, tensa y dulce a la par se palpaba en el aire serrano. Algo que se fue intensificando conforme el reloj se iba aproximando a la hora señalada: las cuatro de la tarde.
Entre vítores, palmas y lágrimas, la voz del cuadrillero Vicente Arroyo intentaba dirigir la difícil maniobra de salida por el pétreo cancel del Santuario. Al cielo se alzaron las andas, y ahí comenzó un tránsito que llevó a la comitiva romera por enclaves y paradas como el cortijo La Viñuela, Los Colchones, o la Casilla de La Salve, donde el tenor local Antonio Roldán Molina volvió, un año más, a entonar el emotivo canto que da nombre a este punto de la Serranía. Una oración ancestral, cantada y repetida por el pueblo que, en conjunto, protagonizó uno de los momentos más emotivos de esta Bajada, en el que las mujeres portan el paso de la Señora.
Tras ello, el ritmo se aceleró hasta que, en torno a las 19:00, la Virgen alcanzó la Vía Verde, oficioso límite del casco urbano y donde cada año las andas plateadas se giran hacia el hospital Infanta Margarita.
Minutos después, la peregrinación acabó en la parroquia de San Francisco y San Rodrigo, donde tanto los romeros como la propia imagen aprovecharon ese intervalo de tiempo, entre la tarde y la noche, para engalanarse y preparar la entrada triunfal por los arcos de la antigua calle Baena, hoy avenida José Solís.
Entre fuegos artificiales, himnos oficiales y las coplas, los costaleros situaron el templete de plata justo bajo los arcos que la coronan. El alcalde de Cabra, Fernando Priego (PP), colocó a la imagen la vara de mando que le acompañará durante su estancia en el municipio algo más de un mes.
Con solemnidad, y a los sones de la Banda de Música de Cabra, dirigida por Miguel López, la patrona avanzó por la larga avenida, flanqueada por muchas personas mayores que, desde última hora de la tarde, hicieron guardia con sus sillas en las aceras para esperar el paso de la Virgen. Tras ella, decenas de carrozas engalanadas con flores de papel.
Al filo de la medianoche, el paso alcanzó la plaza Vieja, y antes de ascender por la calle Mayor hasta el templo de la Asunción y Ángeles, que será su morada, se giró para recibir el cariño de la caballería que acompañó el cortejo y la carroza de la corte de honor, encabezada por Lucía Vílchez y Daniel Romero, como reina y rey, y que completan Alba María Mellado, Carla Yébenes, Pilar Anguita, Ana María Espejo y Lucía Córdoba.
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