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PATOLOGÍAS
La problemática de la obesidad infantil se ha convertido en uno de los problemas de salud pública más graves del S.XXI. Si bien comienza a haber una creciente conciencia social sobre esta patología, considerada durante mucho tiempo una cuestión más estética que de salud, su prevalencia continua aumentando con los años. Esta situación alarmante que ya afecta a un 10% de niños y adolescentes, tiene consecuencias físicas y psicosociales no solo en el presente sino que en muchos de los casos significará un lastre en la salud de esos niños y niñas cuando sean adultos. Por ello, la acción temprana y la transmisión de buenos hábitos de padres a hijos es un vector importante para reducir la probabilidad de aparición de esta enfermedad o, al menos, interrumpir o aminorar su progresión.
En general, el sobrepeso y la obesidad son en gran medida prevenibles. De ahí que la prevención de la obesidad infantil sea una política pública prioritaria para el Ministerio de Sanidad de nuestro país. Resulta necesario mejorar la educación de los niños y jóvenes en relación con hábitos saludables de alimentación, ocio y sueño.
El prestigioso doctor Antonio Escribano, especialista en Endocrinología, Nutrición y Medicina de la Educación Física y el Deporte, destaca que la imitación de ciertos hábitos poco saludables que podrían tener determinados padres por parte de sus hijos contribuye a incrementar el sobrepeso y la obesidad infantil, que afecta a niños y niñas con edades comprendidas entre los 2 y los 17 años. Además, aunque en menor medida, existe también un componente hereditario que podría verse alterado sin una rutina adecuada desde edades tempranas.
Como señala Escribano, la no intervención y la falta de pautas hace más difícil erradicar actitudes y costumbres perjudiciales que se interiorizan desde pequeños y que ''se acaban trasladando a la edad adulta mediante ese factor de imitación”. Es el caso del sedentarismo, el consumo abusivo de determinados productos de gran valor calórico y el desequilibrio en la dieta, entre otras causas.
Las dietas tradicionales han sido reemplazadas rápidamente por otras con una mayor densidad energética, lo que significa más grasa, principalmente de origen animal, y más azúcar añadido en los alimentos, unido a una disminución de la ingesta de carbohidratos complejos y de fibra.
Este hecho refuerza la tendencia creciente en la prevalencia poblacional de sobrepeso y obesidad de los últimos 30 años, de acuerdo con una investigación publicada en la ‘Revista Española de Cardiología’ en la que se sostiene además que más del 80% de la población tendrá al menos sobrepeso en el año 2030.
Asimismo, a más largo plazo, los niños y niñas obesos están incrementando los riesgos de padecer en la adultez o la vejez una larga lista de patologías, entre las que se encuentran la hipertensión; la diabetes; las enfermedades cardiovasculares; algunos tipos de cáncer; problemas en las articulaciones; y enfermedades degenerativas, como el Alzheimer.
La situación derivada de la pandemia del Covid 19 ha provocado un empeoramientos de los factores relacionados con la obesidad y también con los trastornos alimenticios en menores: cambio de hábitos en la alimentación, falta de actividad física, alteración del sueño y empeoramiento del bienestar emocional. Este deterioro ha afectado especialmente a los más pequeños debido, además de los aspectos mencionados , al aumento de las horas de consumo de pantallas digitales como ordenadores, móviles o videoconsolas.
“En muchas familias se ha producido durante la pandemia un proceso de experimentación de técnicas culinarias generalmente no muy saludables, es decir, se ha comido mucho más, sobre todo alimentos muy calóricos, y los niños han estado inmersos en ese contexto”, matiza el doctor. Además, subraya la permanencia en el hogar por el confinamiento con escasa o nula actividad física como un responsable más, sumado a otros como la accesibilidad a alimentos ricos en calorías, grasas y azúcares que aumentan el desequilibrio entre la ingesta dietética y gasto energético que contribuye al desarrollo de la obesidad infantil.
Todos estos factores, juegan un papel importante que no ofrece estímulos a seguir patrones de un estilo de vida saludable. En este sentido, es necesario actuar no solo desde el ámbito familiar, sino también desde las instituciones sanitarias, valorando el papel de pediatras, enfermería, educadores y otros actores
sociales.
El catedrático hace especial hincapié en la práctica deportiva y la alimentación equilibrada como pilares para la prevención de este problema de salud. Del mismo modo, los padres tienen un papel primordial a la hora de ayudar a los niños a establecer rutinas saludables, promoviendo una alimentación sana y equilibrada, limitando el uso de las pantallas, que se ha elevado durante el confinamiento, y fijando horarios para realizar determinadas comidas o actividades al aire libre.
En el momento en que se hace ejercicio se produce un “aumento de la actividad muscular que provoca a su vez un incremento en el gasto energético del organismo con el que se queman más calorías, lo que permite un mayor margen en la ingesta de alimentos”, señala el experto en Nutrición, que aconseja, no obstante, seguir una alimentación adecuada: a base de lácteos, legumbres, frutas, verduras y huir de productos excesivamente azucarados o que contengan cantidades altas de grasas trans. Por tanto, “hay que aprender a elegir los alimentos y cuantificar su consumo de forma correcta”. En cuanto a las actividades deportivas, recomienda practicar de forma continuada aquellas que presenten un componente aeróbico o que se jueguen por equipos, como el fútbol y el baloncesto.
Asimismo, también es una buena práctica disminuir cantidades, comiendo despacio y manteniendo los horarios adecuados para controlar el sobrepeso y la obesidad sin recurrir a dietas estrictas.
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