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Comienza una nueva década y la llegada del 2020 puede ser un buen momento (o una buena excusa) para reflexionar sobre los retos y desafíos a los que habrá que enfrentarse en los próximos años para asegurar una sanidad caracterizada por la excelencia, la calidad, la equidad y la universalidad.
En sanidad siempre es tiempo de reflexión hacia el futuro porque si algo define a lo sanitario es su capacidad de cambio, de avance o de mejora junto al hecho de que la sociedad a la que tiene que servir también es una sociedad en continuo cambio. Si hay algo constante es la lucha frente a las desigualdades en salud para hacer viable un sistema cuyo funcionamiento adecuado es de vital importancia para el bienestar y la cohesión del conjunto de la sociedad. La sanidad de la década que viene tiene que ser capaz de orientarse de verdad hacia la cronicidad y el envejecimiento; hacia las respuestas de calidad que requiere la población en situación de dependencia. Es una necesidad y un reto complejo. Conlleva un rediseño de la propia organización y una redefinición de roles profesionales, junto a un desafío de coordinación entre dos sectores (el sanitario y el social) que andan desconectados en muchas de las respuestas que dan a los usuarios y pacientes.
De igual forma, la sanidad de la década que viene será interpelada por los altos costes de la innovación biomédica y deberá encontrar sistemas y procedimientos que resuelvan el desafío de la sostenibilidad de la innovación de manera satisfactoria. Asimismo, en la capacidad de trabajar con alianzas internacionales entre sistemas similares podrán encontrarse respuestas satisfactorias a este importante desafío.
Y si nos referimos al reto de la digitalización y la inteligencia artificial, es esencial que los servicios públicos aprovechen las oportunidades que ofrecen estos nuevos ámbitos de conocimiento y de tecnología para ganar en calidad y hacer más y mejor accesible al sistema sanitario en beneficio de los pacientes y de la mejor eficiencia del propio sistema. En este ámbito resulta imprescindible un proceso de reflexión y planificación estratégica que permita una amplia participación de la sociedad, las organizaciones profesionales, los sindicatos y las empresas con los poderes públicos, de la que puedan surgir las mejores respuestas para la sociedad y para el sistema sanitario.
Derivadas de todas esta cuestiones es bastante probable que haya que definir el alcance de una nueva fórmula de financiación que busque acabar con las actuales insuficiencias e ineficiencias, para dar garantías a la sociedad de que se disponen de los recursos necesarios y que, además, serán gestionados de manera ética y eficiente.
Al amplio listado de desafíos debemos añadir la gestión del big data con criterios éticos, la puesta en marcha de nuevos mecanismos de gobernanza que aseguren la coordinación y la cohesión que reclama la sociedad y los profesionales, el refuerzo real de la atención primaria de salud y de las políticas de salud pública (que han de fundamentarse en la lucha frente a los determinantes sociales en salud), un énfasis especial en lo relacionado con cambio climático y salud, el desarrollo de decisiones que aseguren garantías en el profesionalismo de sanitarios y gestores o una nueva política de recursos humanos que permita tratar con equidad a los trabajadores sanitarios que son el sostén del sistema de salud. Casi nada. Arrimemos el hombro entre todos. Así será más fácil e, incluso, posible.
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