El Amor que vino del sur
El barrio del Cerro se vuelca un año más con la procesión, integrada por tres pasos y que dejó imágenes para el recuerdo
HACIA el sur la ciudad va concretando el contorno de una mañana transparente y bulliciosa. Por Beato Henares los vecinos toman posiciones, madres repeinadoras, hombres en camiseta, abuelas jerárquicas en sus sillas color posguerra. Está ya la plaza atravesada por un eco de impaciencia, asediada por la orfebrería de un mediodía de gafas de sol, niños con helado, ambiente grande, jóvenes perfumados y perros atardecidos. La plaza Cristo del Amor, ennoblecida por una república de palmeras agnósticas, ejemplifica que se puede vivir en la inclinación. Suculenta de barrio, de luces áridas y balcones ambiguos, peligrosos y familiares, la plaza es un espacio para el hallazgo, el extravío y el reencuentro. En los grupos se habla del calor, de problemas, de novias y del Tata Martino.
Al filo de las tres se van definiendo los perfiles de una bulla vecinal, gozosa y grave. Hacia el Cerro viene público de las diversas comarcas del sur y hay colapso en la esquina del pasaje Cristo del Amor con Carretera de Castro, donde huele a domingo, a gente y a kebab. La expectación estimula la vocación conversacional de los que esperan en la plaza, y en el meollo hay diálogos en los que se manifiesta esa sabiduría urgente del pueblo para la réplica eficaz:
-Hombre, Rafi, cómo estás.
-Asfixiao.
La fusión de elementos en la geografía rectangular (el orden vegetal, la disposición de la gente y la presidencia de la iglesia con el nazareno negro en la puerta) da la medida de una performance colectiva, vibrante y secreta. Repta por la plaza una muchacha con cara de gustarle Kiss FM. Es primavera y la carne femenina instaura en las aceras una mentira necesaria.
Campanas. Se abre la puerta. Recorre la plaza una electricidad. Sale el primero de los tres pasos con Jesús y Herodes, ese hombre, con el acompañamiento musical de la agrupación Cristo de Gracia. El inicio es complejo: descenso desde el templo y curva a la derecha para afrontar Beato Henares. Se detiene a media plaza, todavía en busca de un ritmo. Avanza, gira, se estabiliza, recibe aplausos. Veinte minutos después vuelven las campanas para anunciar la salida del segundo paso, Cristo crucificado y muerto junto a la Virgen María y San Juan, con la banda de cornetas y tambores La Humildad de Torreperogil. Más tarde, la Dolorosa bajo palio, enaltecida por la banda Ciudad de Porcuna.
El cronista va a tomarse una cerveza ya no merecida sino incontestable y retoma la procesión cuando el primer paso irrumpe en el Puente Romano, Jesús y el denostado Herodes recortados frente a la Torre de la Calahorra. Una multitud aguarda al otro lado, un agobio de gente y de temperatura, un catálogo indecible de incomodidades en la ribera y los alrededores de la Mezquita, y se pregunta uno cómo hay tantos miles de seres vivientes y pensantes que prefieren esto a estar en casa tumbados viendo John Ford. Pero en fin, avanza el paso por el puente con hermosa lentitud, camino de la Santa Iglesia Catedral, antigua Mezquita, remota basílica y primigenio solar. Son los primeros compases de una larga jornada, más de diez horas en la calle, la historia anual de un desafío, una conquista, un viaje, un cansancio y una satisfacción. Lo importante, siempre, es que triunfe el Amor.
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