Buen Suceso, 50 años ya...
Cuaresma en Sepia
Ha pasado ya medio siglo desde que llegó al viejo caserón de la plaza del Juramento aquella imagen de Cristo deteriorada y olvidada que bendice a Córdoba
Polvo eres...
Los trinos de los gorriones anuncian la mañana. El cielo se ha tornado añil tras la noche oscura. El aire se respira puro. Los niños gritan con alborozo camino del colegio. La ciudad despierta poco a poco. El agua de la fuente repiquetea con ritmo al caer sobre la que ya reposa en la concha. Es armonioso, acompasado, metódico; es música en la mañana. Las mujeres se afanan en las labores cotidianas. En el ambiente huele a leña quemada y a pan recién horneado. También hay aroma a cítricos. Si en primavera los naranjos y limoneros se tornan plateados por el azahar, ahora en otoño, son sus frutos, anaranjados y amarillos, los que ornamentan los frutales.
No muy lejos de donde un ángel custodia a una ciudad, el perfume a la fruta se mezcla con otros aromas más fuertes. Huele a pino de Flandes recién cortado, a esencia de trementina, a óleos, temples, sulfato de yeso y demás productos con los que el hombre crea arte con sus manos y su inspiración. En la estancia comienzan a entrar los rayos del primer sol de la mañana. Allí está el simulacro, la efigie, la imagen del Hijo de Dios, la misma que tras años de ostracismo en la oscuridad, se pretende devolver al esplendor, ese que tuvo en lejanos tiempos.
El eximio artista tiene que limpiar y resanar las heridas del tiempo. También refrescar la policromía, aquella que con tanto detalle recuerda la pasión y sufrimiento del Nazareno. El trabajo es minucioso y a la vez ceremonioso. Paciente y con la solvencia de muchos años de oficio e inspiración, Martínez Cerrillo va devolviendo la magnificencia perdida a la imagen. Los ojos del hombre miran fijamente a los de Cristo. El artista le pregunta: “Con el paso de los años, ¿Cuántas personas se habrán postrado y rezado ante ti?”. El trabajo está casi finalizado. La imagen procedente de la atarazana de la fernandina iglesia de San Pedro tiene su origen en el desacralizado templo de la Magdalena, a donde llegó procedente, seguramente, de la ermita del Santo Crucifijo, probablemente venerado como Jesús Preso.
Allí está, majestuoso y doliente a la vez. Ahora carga la cruz sobre el hombro derecho, detalle inusual en la iconografía de los nazarenos; su mirada misericordiosa llama a la oración. La imagen sacra debe de tener unción, tiene que llamar al rezo, si no sería una escultura más. El imaginero es necesariamente escultor, el escultor no está llamado a ser imaginero. Ahí sigue Jesús, que tras muchos años vuelve para ser de nuevo venerado.
Han sido Francisco Naranjo y otros entusiastas, avalados por el cura párroco de San Andrés, Manuel Márquez, quienes han impulsado la creación de una nueva cofradía en la ciudad. Ante la falta de imagen, han rescatado aquella efigie del ostracismo, de la oscuridad de una lúgubre atarazana donde se encontraba condenada. El deterioro y el abandono de muchos años hacían que fuera necesaria una restauración. Por ello fue encargada al artista bujalanceño la ardua labor de volverla a dotar de esa unción que jamás perdió.
Han pasado 50 años. Medio siglo desde que llegó al viejo caserón de la plaza del Juramento aquella imagen de Cristo deteriorada y olvidada. Cincuenta años después, Jesús sigue bendiciendo a Córdoba. Su mirada serena continua cruzándose cada Martes Santo en San Andrés con la de su divina Madre, justo cuando la primavera bulle y la cantarina fuente del jardín cercano mitiga su llanto y dolor. Cincuenta años de Buen Suceso para Córdoba y para su Semana Santa.
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