Capuchinos se estrena con el Císter
La salida de la cofradía de la Sangre es una de las más esperadas del Martes Santo y la primera de la plaza del Cristo de los Faroles
Y Pilatos preguntó: "¿a quién quieren ustedes que les ponga en libertad: a Jesús Barrabás, o a Jesús, el que llaman el Mesías?" Todos sabían ayer la respuesta y por eso Capuchinos estaba a rebosar. La hermandad de la Sangre, popularmente conocida como el Císter, realizó ayer su estación de penitencia. Como cada Martes Santo, Nuestro Padre de la Sangre en el Desprecio del Pueblo se convirtió en el primer paso de la plaza del Cristo de los Faroles en pisar su empedrado, razón por la cual junto a los nazarenos morados y blancos del Císter, iban representantes de los Dolores y de la Paz. La histórica hermandad, cuya primera junta de gobierno estuvo compuesta por miembros del colegio de La Salle, cruzó el estrecho portalón donde sus titulares estaban resguardados y comenzó una estación de penitencia que le llevaría hasta la Mezquita-Catedral. Así, el Cautivo de la cofradía de la Sangre marchaba con su cara ensangrentada y sus venas marcadas junto a Barrabás, también preso, y dejando atrás el trono de loba capitolina de Pilatos bajo las órdenes del capataz, Francisco Aguayo.
Atentos a cada nazareno que se perdía por la calle Nuestra Señora Paz y Esperanza, los residentes en el hospital de San Jacinto se agolpaban en los balcones como si del mejor palco posible se tratara. Así, la banda de cornetas y tambores Esencia, de Sevilla, marchaba al compás de Silencio Blanco para que de costero a costero el hijo diera paso a la madre. Ya comenzaban los cirios morados a teñirse de blanco para que los primeros nazarenos del paso de palio salieran a la calle y se hacía el silencio cuando el llamador resonaba aún en el interior del cocherón donde la imagen aguardaba la salida.
Pocos privilegiados, los de la primera fila, fueron los que tuvieron la oportunidad de ver desde el primer momento la faz de la Reina de los Ángeles, ya que recibe el abrazo consolador de San Juan a su izquierda, lo que impide a la mayoría de la plaza observar en su esplendor la talla de la dolorosa. Tenía que sonar La sangre y la gloria interpretada por la banda de música Virgen de la Esperanza para que los ángeles del manto de este paso lucieran el esplendor que poseen. Así comenzó la estación de penitencia de la primera dolorosa de Capuchinos.
No hay comentarios