Capuchinos vive la fiesta de la salida de la Paz y Esperanza
La Paz
La multitud congregada en la plaza vibra con la salida de un cortejo colorista y llamativo
Cuando sale la cofradía de la Paz ruge la plaza de Capuchinos. Ese recinto de cal y silencio que condensa la Córdoba íntima y elegante se transmuta sólo por unos minutos al año en la tarde del Miércoles Santo. Blancas como las paredes de la plaza son las túnicas de los nazarenos que salen interminables anticipando el gozo de la presencia de las imágenes titulares. Pero antes de que todo esto ocurriera el ambiente ya había sido caldeado por la banda de Santo Tomás de Villanueva, de Ciudad Real, rica en tricornios, entorchados, galones, capas y alabardas en la calurosa tarde de ayer. Esta formación entró en Capuchinos con un pasacalles luminoso y festivo que puso los ánimos a punto de caramelo para lo que iba a suceder a continuación.
La plaza de Capuchinos es lo que es y no hay sitio para más. En la mitad más cercana a la puerta por la que salió el cortejo procesional, se congregaba el público denso que no quería perderse detalle alguno de la procesión. En la parte trasera de la plaza, se alineaban las tres bandas de música -entre ellas la cordobesa de la Estrella- que acompañaron el cortejo procesional.
La cultura cofrade ya ha inculcado en el público que cuando tras una esquina aparecen los ciriales significa que el paso está a punto de llegar. En este caso, el misterio de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia, adornado inusualmente con flores blancas, fue anunciado por una nube de incienso que envolvía a la vez a los ciriales. Se escucharon los primeros aplausos. Ese ambiente de fiesta que flotaba en Capuchinos desde minutos antes comenzó a coger su máxima temperatura. Poco a poco, y en un silencio respetuoso con el trabajo de la cuadrilla, emergió la mole dorada con la imagen del titular y un buen número de figuras secundarias, caballo incluido. Los segundos se hicieron eternos. Cuando parecía que había salido del todo comenzó a sonar la Marcha Real y aún quedaba metro y medio al menos por salir a la calle. La interpretación de la banda hizo que todo se transmutase y que el rugido de la gente mezclado con los aplausos redondease lo que se tenía ante los ojos.
Así es la Semana Santa. Pocas fiestas consiguen una estimulación total de los sentidos. La música de las bandas, el color de la procesión, el olfato del incienso y del puesto de gofres, el tacto del terciopelo y del ruán y el paladar del primer helado de la temporada logran una combinación que es fácil hallar en estos días.
El público de la plaza había logrado ya el 50% de su objetivo. Sólo faltaba la llegada de la Virgen de la Paz. Mientras tanto, parejas y más parejas de nazarenos salían mientras las enormes bolsas de pipas eran el entretenimiento para la mayoría. El paso de misterio se alejaba camino de la calle Conde de Torres Cabrera y codo con codo estaban los devotos de esta hermandad con quienes están recién llegados de un lejano barrio y que sólo pisan el Centro en contadas ocasiones. Para ellos es un día de fiesta, por supuesto, por la sensación de libertad que da moverse por la ciudad a su antojo y por ver la cofradía de la Paz, de la que tenían las referencias de que es muy bonita.
Entre esta masa anónima también estaban auténticos protagonistas de nuestra Semana Santa. Pepe Arenas, el fabricante de capirotes de la calle Alfonso XIII -oficialmente calleja de los Afligidos-, se apoyaba en la fachada de Los Dolores mientras a lo lejos veía sólo los capirotes blancos de los nazarenos. ¿Cuántos de ellos habrán salido de sus manos? ¿Todos, acaso?
Muy cerca de Arenas, Maribel, la hija de Juan Martínez Cerrillo, el autor de las dos imágenes titulares de la hermandad de la Paz y del diseño de buena parte de sus atributos. Su padre no faltaba nunca a esta procesión para ver a su "niña" entre una marea humana, y así le satisfacía el respaldo popular a su Virgen predilecta. Ella mantiene la tradición, porque la lleva en la sangre, y porque vive con intensidad esta celebración.
El cansancio no hace mella en los centenares de personas congregados en Capuchinos. Si el cuerpo se había preparado con la salida del paso de misterio, la llegada de la Virgen de la Paz sería el culmen que justificara la espera. Del mismo modo, la nube de incienso, atravesado por el sol de una tarde que ya se iba, fue el preludio de la fiesta grande que vibró en todos los presentes cuando las bambalinas empezaron a asomar bajo el dintel. La explosión de júbilo se transmitió a quienes abarrotaba ya Torres Cabrera. La banda de la Estrella tocó Paz y Esperanza de Martín Salas.
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