La Caridad de Cristo crucificado
Pasión en Sepia
El comerciante Juan Draper donó la imagen a la hermandad de la Caridad, que a su vez, la recibió como pago de una deuda que la cofradía de San Bernardino tenía contraída con él
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Está abril recién estrenado. La primavera ha traído una brisa especial. Con ella han llegado sus tradiciones. Un año más, sin darnos cuenta y tras la habitual espera, ha llegado de nuevo la Semana Santa. Es de noche. Noche cerrada en Córdoba. Son poco más de las diez. A pesar de ello no hace frío. Se nota el fresco, pero se soporta. El cielo está tachonado de brillantes estrellas.
La luna, llena y esplendorosa, brilla radiante y dota de una luz especial la noche de este Jueves Santo. Desde la cercana calle de la Feria llega el embriagador y fresco aroma de los azahares recién abiertos. Los naranjos, que en doble hilera demarcan tan castiza calle, han sido ornamentados, una vez más, por la naturaleza que, como siempre, marca los ciclos de la vida.
El chapoteo que produce el agua que cae desde los caños de la fuente del Potro también pone sintonía a la noche. La plaza del Potro es recoleta y blanca. Solo la pétrea fachada del museo rompe las albas paredes del recinto. Un edificio con historia, y no por la que ahora atesora en su interior, sino por lo que fue en tiempos pasados. En su recinto se dio caridad a los que la necesitaban, de manera altruista, sin esperar nada a cambio. Para el cristiano, la caridad es una de las virtudes teologales, fundamentada en el amor a Dios y al prójimo. En ese vetusto edificio, la hermandad de la Caridad fue generosa con los necesitados.
En su capilla se veneró la imagen de un crucificado imponente. Un icono que fue donado a la hermandad por un comerciante de nombre Juan Draper, que a su vez, lo recibió como pago de una deuda que la hermandad de San Bernardino, establecida en el cercano cenobio franciscano, tenía con él contraída. ¿Qué iba a hacer aquel comerciante con tan magna escultura? Imposible venerarla en su casa, por su majestuosidad y tamaño, de ahí que decidiera entregarla como dadiva a la hermandad de la Caridad, al objeto de que se le rindiese culto en el hospital que llevaba su nombre.
Allí permaneció, en su capilla, mucho tiempo, hasta que el hospital cerró, el edificio fue desamortizado y la imagen del Cristo, León de Judá, fue llevado a la iglesia del cercano convento de San Francisco, que con el tiempo, y por la ruina de San Nicolás de la Axerquía, se convirtió en la parroquia de la collación.
Los años pasaron y fue al final de la guerra cuando un grupo de fieles deciden dar culto a la soberbia imagen del antiguo titular de la extinta hermandad de la Caridad. Nacida originariamente como filial de la hermandad de Nuestra Señora de las Angustias, la nueva cofradía logra una gran relevancia en la sociedad cordobesa de la época.
Sus cultos internos lucen montajes de gran belleza, así como se cuenta con los mejores predicadores del momento. Pronto reúne un patrimonio considerable, bajo la línea artística del diseñador y miembro de la hermandad Jaime Rittón, que guarda una unidad estética que lo hace personal y único.
Ya se vislumbra la cruz de guía que aparece por la plaza del Potro. La nueva hermandad, que se siente continuadora de la que tanto lustre tuvo en el pasado, quiere pasar cerca de lo que fuera su casa grande y sede. Dos hileras de nazarenos, elegantísimos, visten túnicas negras, ceñidas con cíngulo que entrelaza cordones de seda roja y negra, con antifaces de raso rojo.
Algunos llevan capas negras con vuelta de raso de color grana. El calzado es negro, algunos llevan sandalias y calcetines blancos. La cera roja que llevan en sus manos centellea sus llamas en la noche de primavera, mientras algunas gotas fundidas caen al pavimento centenario de la plaza.
Tras ellos, el paso oscuro, de gótica estética, de maderas teñidas de caoba. Sobre él, debidamente entronizado, la imagen del Cristo crucificado que pende sobre el madero cuidadosamente cepillado. A sus pies, la Virgen, recogida y llorosa, vistiendo el luto de la Corte de los Austrias, tal y como la condesa viuda de Ureña, camarera de la reina, vistió con sus propias ropas la imagen que Gaspar de Becerra esculpiera para la esposa del rey Felipe II.
La estampa del Calvario, Stabat Mater, es única en la noche cordobesa. Cristo crucificado sigue derramando su Caridad entre los cordobeses cada Jueves Santo.
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