Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Lunes Santo
Segundo día de la apoteosis Santa de 2014. Córdoba, de nuevo, echada a la calle con su entusiasmo cofrade y su paquete de pipas y sus pies ligeros. Lunes Santo de plenitud en todos los sentidos. Con nubarrones, sí, pero no de agua, no, sino de gente; gente por aquí y gente por allá, gente y gente, ríos, mares, océanos de gente y gente. Al Norte, con La Merced, y también al Sur, con la Vera Cruz, y en la Huerta de la Reina con la Estrella y en el Centro con la Sentencia, que salió bajo un enorme jaleo infantil de la parroquia de San Nicolás de la Villa. Más tarde, cuando los rigores de este verano tempranero que padecemos y a la vez gozamos remitieron, se sumaron con su característico silencio y solemnidad el Vía Crucis y Ánimas, tan llamativa en su imaginería barroca y envuelta en su característico coro del Miserere. Contrapuntos distintos, diferentes espíritus y personalidades, para complementar una Semana Santa que en días esplendorosos como estos demuestra su diversidad y su riqueza.
Los momentos señeros de la jornada se sucedían y la gente optaba por buscar un hueco en este o en otro lugar movida por sus gustos, sus devociones y sus querencias. En Colón, por ejemplo, el público comenzaba a agolparse una hora larga antes de que por allí se adentrase la cofradía de la Estrella. Característica imagen, muy llamativa, la del misterio de Jesús ante Caifás y el palio de la Virgen avanzando bajo las frondas de este espacio verde tan clásico ya en el día a día de esta ciudad. También, otra jornada más, la Catedral volvió a recibir el caminar nazareno de las hermandades, tres en esta ocasión. Primero la Vera Cruz, luego la Sentencia y por último el Vía Crucis. El principal templo de la Diócesis, sus arcadas musulmanas, se mantienen como uno de esos escenarios en los que la Semana Santa cordobesa alcanza su especificidad, pues en ningún otro lugar de Andalucía, de España, del mundo podría verse algo así. Los tumultos cofrades alrededor de la Mezquita poco atienden a las polémicas sobre orígenes y titularidades que rodean al monumento en estos días. Luego volverá la controversia, que parece llegada para quedarse, pero en estos días de gentío y cirios y capirotes tontería es porfiar sobre la importancia que este edificio fabuloso ha tenido y tiene en la historia larga y profusa de la Córdoba cristiana, siglos y siglos de historia con sus luces y con sus sombras.
Frente a la Catedral y su monumentalidad, su sabor a esencias cordobesas, esa carrera oficial que este año presenta un aspecto festoneado y repleto. La del recorrido oficial es una Semana Santa distinta en sus comodidades y en sus adornos y en sus presidencias tan terráqueas, pero supone el epicentro lógico de todas esas hermandades que van y vienen desde sus sedes canónicas hacia las zonas más comerciales de la urbe. La carrera oficial no era sólo Claudio Marcelo, sus capiteles enhiestos, Las Tendillas y el Gran Capitán sin protagonismo en medio de tanto brete, sino también los aledaños. Cruz Conde, por ejemplo, calle por la que apenas pasa algún paso en toda la Semana Mayor pero que se convierte en su puerta de atrás, en su punto de fuga. Trasiego de día grande por allí, con fragor de cornetas de verdad y de juguete, con olor a palomitas y con niños fabricándose capirotes de cartón y ensuciándose el terno con una piruleta. La otra Semana Santa, que también existe.
La noche, con sus misterios primaverales, trajo a su vez algunos de los momentos más íntimos. En especial, Ánimas. Mucho simbolismo, mucha iconografía, mucha singularidad. Recuerdos, como siempre, de la poesía de García Baena, de Cántico, de Gómez del Moral, que restauró a mediados de la pasada centuria la subyugante imagen del Crucificado. También el Vía Crucis, con su oración, sus tambores roncos, su niebla y sus ecos de siglos pasados. Tradiciones, creencias, sensaciones de un Lunes que se suma a una Semana Santa que roza por ahora la perfección.
También te puede interesar
Lo último
1 Comentario