Contrastes a golpe de llamador

La Santa Faz

Cuando Rafael Soto llega con su paso el bullicio se convierte en profundo silencio

El Nazareno de la Santa Faz enfila hacia la plaza de la Compañía tras pasar por el Conservatorio. Al fondo, Santa Victoria.
El Nazareno de la Santa Faz enfila hacia la plaza de la Compañía tras pasar por el Conservatorio. Al fondo, Santa Victoria.
Francisco Javier Domínguez

31 de marzo 2010 - 01:00

La esclavina que reparte los caramelos junto a la Cruz de Guía de la Santa Faz vive ajena al misterio que representa la Semana Santa. Para ella, como para la veintena de niños que hacen su singular estación de penitencia vestidos con el hábito de la cofradía de la Trinidad sin cubrerostro, la pasión y muerte de Cristo es un lugar común, un escenario más en el que desfogar sus bríos. Es un juego. Y es bueno que sea así. Tiempo tendrán para la penitencia. Es bueno que reparta caramelos y que ría con sus amigos ajena a lo que muestra el paso del Nazareno de la Santa Faz. Un hombre porta una cruz con la cara ensangrentada y redime los pecados de los que vivieron, de los que viven y de los que vivirán, pero los niños viven una sinfonía de sensaciones. Pasa la Santa Faz por la puerta del Conservatorio y el enlosado peatonal se llena de niños -alguno frisa ya edad adolescente- pidiendo cera a los nazarenos. Qué paradoja. Diversión frente al sufrimiento representado. Qué le vamos a hacer, quizás sea la esencia de nuestro ser.

Pero cuando llega el paso caoba con el Nazareno de la Santa Faz a la curva de Jesús María con Juan Valera, el capataz, Rafael Soto, para el misterio a golpe de llamador y el sonido aquieta el ambiente. Hasta los niños dejan la cera y los caramelos. Del bullicio se pasa al silencio, al respeto. La Semana Santa se representa en esta metáfora, en la bulla y el misterio, en el juego y el respeto, en la muerte y la resurreción. Es la renovación de la vida. Y como metáfora perfecta del futuro. Rafael Soto coge a un niño entre sus brazos. ¿Será su hijo? ¿Es un sobrino? Qué más da. Saluda a una pareja y eleva al niño vestido de esclavina junto al imponente paso caoba, bajo la mirada de Jesús. El niño, revuelto hasta ese momento, se queda paralizado. Va a vivir de cerca la que quizá sea la primera levantá de su vida. La Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Redención calma los tambores y el pequeño esclavina espera paciente. No se inmuta. De todo el lío monumental de gente que ha provocado la procesión en la rampa del Conservatorio -lugar ideal para ver esta procesión porque no te estorba el del delante-, se ha pasado a una especie de quietud, que se une al respeto de quienes tocan el paso y se persignan. También los niños lo hacen. "Está suavito", dice una niña. También la mujer que se equivocó de nazareno y le levantó el cubrerrostro a uno que no era su hijo para darle el bocadillo cesa su búsqueda para besar el paso y conduce su mano derecha apresurada por la frente, los hombros y el pecho. Cesa su búsqueda ante el misterio.

Pero es el momento del niño que sostiene Rafael Soto. "Señores", grita el capataz. "Está la cola, vamos a portar al Nazareno que murió por nosotros en un madero". Y el silencio se quiebra de nuevo. Otra vez el contraste. Otra vez Rafael frente al llamador. Cómplice, mira al niño, lo arrima a los respiraderos. El pequeño observa cómo cruje la estructura mientras los costaleros meten riñones. Son hombres los que van dentro. Son gigantes, pensará. Ante su asombro, Rafael golpea con el llamador. "A ésta es". El niño es tan pequeño que aún no tiene fuerza para dar la orden. Pero cuando salta el paso su cara es un poema. Algún día oirá aquella letra de El Pali: Madre no me riñas más por salir de costalero/ costalero fue mi padre, costalero fue mi abuelo. Quizá entonces recordará su primera levantá, la de ayer junto Rafael Soto, y se sentirá orgulloso.

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