Destellos dorados bajo un cielo azul

La Misericordia

El Cristo de la Misericordia estrena su nuevo paso, después de tres años de trabajo

Hermandad de la Misericordia. / Rafael A. Butelo
Hermandad de la Misericordia. / Rafael A. Butelo
Gema N. Jiménez

21 de abril 2011 - 01:00

Silencio. Todo está preparado para recibir la imagen del Cristo de la Misericordia a las puertas de San Pedro. Jesús ha muerto y el sonido de las cornetas y los tambores anuncia la hora de la salida. Los fieles apuntan su mirada a las puertas del templo, mientras el olor del incienso impregna todos los rincones de la plaza abarrotada.

Pero, en esta ocasión para la hermandad y los fieles todo es más especial si cabe porque, después de tres años de trabajo, el crucificado -del siglo XVI- luce su nuevo paso, obra de Andrés y Manuel Valderde, en la talla, y de Ángel María Varo, que se ha encargado del dorado. Y bajo una gran expectación y un cielo completamente raso, pasa por el arco del templo el Cristo de la Misericordia. Los costaleros miden sus pasos para que nada roce el paso. El sol acompaña a este momento y los destellos dorados se hacen mucho más intensos. "Al cielo con él, poco a poco", indica el capataz a sus costaleros, mientras los espectadores contienen la respiración. Todos quedan impresionados por el nuevo estreno, uno de los más importantes de la jornada del Miércoles Santo.

El rostro de Jesús muestra su dolor al redoble de los tambores que se adentran poco a poco en la estrecha calle de Lineros. Jesucrito permanece crucificado en la cruz, bajo un manto malva de alhelíes. Los costaleros lo conducen con un movimiento suave y pausado.

En la plaza de San Pedro vuelve a quedar todo en absoluto silencio. El reflejo de la candelería de Nuestra Señora de las Lágrimas se vislumbra en la entrada de la parroquia y de nuevo se escucha el rachear de los costaleros. En esta ocasión, el olor del incienso se conjuga con el de las rosas blancas que adornan el palio de la dolorosa. Tras el primer golpe del llamador, se produce una enérgica levantá a la que le sigue un suave movimiento para su paso por el arco del templo. El palio se mece de un lado para otro y el capataz calcula las medidas para que todo luzca al detalle. "Qué guapa va, es como una estrella en el cielo", comenta una devota con lágrimas en los ojos. El desfile procesional da sus primeros pasos a los sones de Lágrimas y Desamparo.

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