Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Jueves santo
Grandes tumultos, fotografías para la historia. Entre calor y bullas, largas esperas y sensaciones innúmeras se fue el Jueves Santo camino de la historia. Historia, sí, porque histórico era que la hermandad de Las Angustias saliese del templo de San Agustín más de medio siglo después una vez la cofradía aprobase hace escasas calendas el traslado desde San Pablo. Miles de personas, en un ambiente de pura y vitalista cordobesía, se arremolinaron desde casi una hora antes en la recoleta plaza para ver como el fabuloso Cristo y la fabulosa Virgen de Juan de Mesa, una de las cumbres de la rica Semana Santa andaluza, se echaba a la calle en torno a las nueve y media de la noche y bajo la marcha La Saeta que interpretaba con finura en el anochecer cordobés la banda Caliope, llegada desde la vecina localidad de Fernán Núñez.
En San Agustín, pues, remolino de gente, religiosidad, curiosidad, pero también vida, mucha vida y mucha primavera. Caracoles en el puestecito que hay en mitad de la plaza, medios de vino y rabo de toro en la fantástica Taberna de Las Beatillas o en el Gamboa. San Agustín con todo su carácter y sus gentes, más cordobesas que un salmorejo por julio, que se añaden a la Semana Santa para darle esplendor y hacerla más singular y propia. La procesión enfiló por esas calles estrechas que son Reja de Don Gome y Jun Rufo, dejando al paso el fragor de los jardines de Viana, y se adentró a través de la Calle Alfaros en ese barullo formidable que son los aledaños de la Carrera Oficial. Luego despaciosa vuelta a casa para cerrarse ya de madrugada. Menos gente quizá, pero gran misterio y emoción para despedir a la decana de la cofradías cordobesas, historia de esta ciudad. El rostro de Jesús yaciente en los brazos de su madre se perdió bajo el arco de la Iglesia barroca entre el aplauso de muchísima gente emocionada.
Pero el Jueves Santo no fue sólo San Agustín, no fue sólo Angustias, sino que su magia se extendió desde Ciudad Jardín hasta la plaza del Cristo de Gracia, el característico Alpargate. La nota dominante, como en días precedentes, fue el intenso calor, el cielo sin nubes, la masiva asistencia. En los barrios, como siempre, un público compuesto de forma mayoritaria por cordobeses y por algún turista español avisado y sabedor de cómo funciona el asunto; en los alrededores de la Carrera más turistas extranjeros y descolocados. El Jueves, eso sí, la Judería se quedó libre de procesiones para relajo de los visitantes menos cofradieros. Singular en todo caso que durante el Jueves Santo ningún paso se adentre en la Catedral mientras que el Viernes Santo todas lo hacen. Todo apunta a que el futuro será bien distinto.
Más allá de cuestiones del mañana, lo que queda del Jueves es por ejemplo el esfuerzo que hacen los hermanos de la Sagrada Cena para traer desde su barrio su trabajado misterio. Ciudad Jardín, zona que vive aparte de la Semana Santa durante la mayor parte de la misma, se imbuye gracias a esta hermandad en los olores y colores de la Pasión. Calles tan dinámicas y características de la zona como Gran Vía Parque o Medina Azahara vieron pasar a una procesión que accedió al Centro a través de las verdes amplitudes de sabor decimonónico de los Jardines de la Victoria.
La Sagrada Cena fue la segunda en entrar en la Carrera Oficial, pues la primera en hacerlo fue la hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Imágenes las suyas de rancio sabor y belleza profunda que se acompañan de música de capilla. Mucha particularidad para una cofradía cuyo esencia contrasta y aporta riqueza a una Semana Santa como la cordobesa. Muy cerca, y minutos después de que saliese el Nazareno, también hacia acto de aparición en San Cayetano el Caído, el Cristo de los Toreros, al que, como cada año, acompañaron varios diestros y gente del mundo toro. Faltó por una vez Enrique Ponce, que se encuentra convaleciente debido a la cornada que recibió en sus tierras valencianas, pero aún así acudió a Córdoba para ver en procesión a este Cristo del XVII que tanta devoción suscita. Hermoso fue, como es costumbre, su paso por la plaza de Santa Marina junto a la escultura a Manolete. Sonaron bien la banda del Caído-Fuensanta, que acompañaba al Cristo, y la de la Esperanza, que acompañó a la Virgen del Mayor Dolor.
Y de los toreros del Caído a los legionarios del Tercio Gran Capitán, otra de las estampas típicas del Jueves Santo capitalino. Como siempre, acompañaron a la Caridad y miles de personas se agolparon en su travesía por la urbe para ver a una hermandad de tan antiquísimo origen y tan querida. Cristo muerto en la cruz con la Virgen arrodillada a sus pies avanzaron bajo los sones de la banda de cornetas y tambores legionaria. Cerraron su noche pasada la una de la madrugada en el Compás de San Francisco, por supuesto atestado.
Las encargadas de cerrar la intensa jornada cofrade fueron por último el Cristo de Gracia y la Buena Muerta, aunque esta última arrancó pasada ya la medianoche, por tanto en Viernes Santo, para dotar de sentido a una madrugada cofrade cordobesa que sigue aún por construirse. El Esparraguero salió a las siete con puntualidad propia de días sin nubes y fue recibido en la plaza que lleva su nombre por un enorme gentío que aguantaba con entereza el pegajoso calor que a esas horas todavía se dejaba sentir por la ciudad. Regresó cerca de las dos de la madrugada y en todo su camino recibió el calor de una ciudadanía que le guarda especial devoción a este Crucificado de factura mexicana. La Buena Muerta, por último, transitó el silencio de las horas primeras del día para llevar a la ciudad la fuerza de la imaginería de Castillo Lastrucci con la que cuenta esta hermandad. Poco antes del alba se recogían para abrir así un Viernes Santo luminoso y cofrade como toda esta semana de 2014.
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