Nazareno, nazareno

Pasión en sepia

El ritual de sacar la papeleta de sitio y buscar la túnica es uno de los instantes más esperados por los más pequeños cuando se aproxima el día de procesión

Viernes de marzo, cautivo y rescatado

Buen Suceso, 50 años ya...

Una imagen antigua de la procesión de la Oración en el Huerto. / El Día

Los días son más largos. La primavera está cerca. Las jornadas comienzan a ser luminosas. En las plantas se vislumbran nuevos brotes, esos mismos que pocas semanas se convertirán en fragantes flores. En las verdes y brillantes ramas de los naranjos, ocultas entres sus también verdes hojas, un año más han aparecido unas, por el momento, pequeñas bolitas blancas. Ellas también en unos días se convertirán en flores. Flores albas y olorosas que perfumarán las calles de la vieja ciudad. Son las señales del adiós del invierno. Pero hay que esperar también algún día fresco y como de costumbre pasado por agua. Ya lo dice el refranero: Abril, aguas mil. Son los contrastes de la primavera que está por llegar en apenas unos días.

Mientras tanto la vida sigue. Lo cotidiano no cambia a pesar de todo.

Bueno, sí, al haber más horas de luz, se alargan muchas jornadas de trabajo. La benevolencia del clima también hace que las calles tengan más movimiento de gentes. Los paseos de la tarde suelen también ser más largos. Los mayores gustan de sentarse en los jardines a apurar hasta los últimos rayos del sol. Los niños gritan alborozados al salir del colegio. Algunos son recogidos por sus madres a las puertas. Los más pequeños sonríen al verlas. Los mayores les cuentan lo que han hecho, lo que han aprendido del maestro. La vuelta a casa es rápida. Aunque también ha lugar de alguna carrera o travesura. Son cosas de niños.

Al llegar a casa los pequeños se ponen prestos con los deberes. El mayor hace una redacción sobre San José y el Día del Padre. En un cuaderno de dos rayas, para no hacer las letras más grandes de la cuenta, va desarrollando con inocentes palabras el tema propuesto. El más pequeño se enfrenta a su primera hoja de sumas con llevada. Es listo. Pronto empieza a resolver con facilidad las operaciones. Quieren acabar pronto. Saben que tras acabar las tareas y merendar, sus padres les han prometido algo que ambos desean. El mayor ya tuvo ocasión de ello el año anterior. El pequeño, tras hacer la comunión, lo hará por vez primera. Los deberes escolares han terminado. Ahora es la hora de la merienda. Un trozo de pan rociado con aceite y espolvoreado con azúcar es el tentempié antes de volver a las calles.

La tarde acaba. Las campanas de la iglesia cercana dan el último toque. La misa va a comenzar. El rito y la liturgia se repiten una vez más. Los pequeños están nerviosos. Desean que acabe la ceremonia. Al terminar y de la mano de su madre, se acercan a una calle cercana. Tras pasar un tenebroso portal, se accede al patio. El empedrado está húmedo. En él las macetas exornan el lugar. Clivias, tulipanes y jacintos florecerán en apenas unos días. Desde ese patio se abre una puerta a una dependencia llena de grandes cajoneras y armarios. Huele a alcanfor y a humedad. En el centro de la estancia hay una mesa de viejo nogal. Tras ella, un señor con gafas maneja un dietario y un fichero. Les llega su turno.

La madre da el nombre y apellidos de su hijo mayor. El hombre de gafas mira el fichero. Comprueba que aquel niño es hermano de la cofradía desde su bautizo. Igualmente, que ya ha tenido la ocasión de vestir el hábito penitencial de la misma la anterior Semana Santa. Aquel hombre pronuncia en voz alta un número. El 24. Retumba la voz grave, aguardentosa y cascada por los Ideales, en la sala. Otro más joven saca del mueble una caja de cartón.

En ella hay una túnica y antifaz blancos, así como un cíngulo amarillo. El joven pone la túnica a la altura de los hombros del pequeño. “¡Has crecido!”, le dice. Mira los bajos y queda falso bastante y suficiente. “Señora, sacándole el falso tiene la túnica perfecta”. Una fina cuerdecita de cáñamo pone imaginario lacre a esa caja. Ahora vamos con el chico, dice el hombre de gafas.

Comprueba en el fichero y también aparece su filiación desde que fuera bautizado. Hizo el año pasado la comunión y ya es hora de que empiece a participar en la procesión. El hombre de gafas mira el dietario. “Señora, tengo un hábito de monaguillo que le viene al pelo. Es del tramo del Señor, pero seguro que le vendrá bien, es aún pequeño e irá más cerca de su marido”. El hombre joven saca del mismo mueble otra caja más pequeña. Dentro de ella hay una túnica gris y una esclavina de raso negro. Los ojos del pequeño brillan ilusionados.

Saldrá por primera vez en la cofradía junto con su papá y su hermano. La madre abona los recibos de hermano. Los pequeños salen contentos cada uno con la caja de cartón sobre sus diminutos brazos. Ahora soñarán con el Martes Santo. Con la procesión, con la noche, con la luz tenue de los cirios. Es el principio, ojalá vistan esos hábitos toda su vida e incluso el día que les toque, ya de muy mayores, hacer la procesión final.

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