La Semana Santa en una moleskine

Una de las características que suele diferenciar a la Semana Santa cordobesa de las de otras localidades es el marco urbano donde se desarrolla. En este aspecto suelen incidir las distintas promociones turísticas que se realizan fuera de la capital, aprovechando la circunstancia de la declaración del Casco Histórico como Patrimonio de la Humanidad.

J. Cabrera

17 de abril 2011 - 08:38

Una de las características que suele diferenciar a la Semana Santa cordobesa de las de otras localidades es el marco urbano donde se desarrolla. En este aspecto suelen incidir las distintas promociones turísticas que se realizan fuera de la capital, aprovechando la circunstancia de la declaración del Casco Histórico como Patrimonio de la Humanidad. Pero más allá de esta zona delimitada y protegida por la Unesco, la trama urbana conserva lugares y rincones que convierten en una experiencia única la contemplación de un cortejo procesional.

Esta circunstancia ha sido aprovechada por el arquitecto cordobés Álvaro Carnicero, quien en los últimos años sale cada Semana Santa a la calle pertrechado con su libreta moleskine y sus útiles de dibujo. En distintos rincones de la ciudad plasma el paso de la cofradía en unos apuntes ágiles y certeros que no sólo hacen identificable a la hermandad, sino que también la enmarcan en un lugar concreto con unos valores específicos. Estos dibujos, que se pueden admirar en www.alvarocarnicero.com, no siguen un programa concreto, sino que como su propio autor describe surgen en el momento en que la escena se compone por si sola. La importancia de los mismos está en que lo cofrade comparte el protagonismo al 50% con el escenario que le sirve de fondo, por lo que el equilibro está plenamente logrado.

El principio y el fin de los dibujos de Carnicero se realiza sin mover los pies de la acera. No son esbozos que luego se completan en la tranquilidad del estudio, sino que todo el proceso se realiza con la velocidad con que transcurre el cortejo de nazarenos. Este pulso rápido se refleja en los dibujos, en la vertical de las paredes, en la pendiente de los tejados, en las cabezas de las personas que componen la bulla y en los detalles justos e imprescindibles para identificar la cofradía en cuestión.

Junto a lo arquitectónico, Carnicero también tiene un hueco para lo humano. En su web hay un alto número de dibujos en los que los protagonistas de la Semana Santa están en primer plano. Nazarenos, músicos o acólitos están esbozados con la precisión de las tres líneas necesarias para su identificación.

Cualquiera que debiera plasmar de modo gráfico el paso de la Virgen de la Caridad subiendo por la calle San Pablo tiene la tentación de encuadrar el palio de manera que ocupe el mayor espacio posible. Álvaro Carnicero, en cambio, lo desplaza a un extremo de su moleskine abierta horizontalmente para completar el resto con la fachada lateral del convento de San Pablo, con sus potentes rejas de forja y una leve mención al retablito dieciochesco de la Virgen del Rosario.

La llegada del paso de misterio de la Santa Faz a la parroquia de la Trinidad está planteada como si apareciera desde el fondo de un embudo. El nazareno de Dubé de Luque es simplemente un trazo que tiene el protagonismo de ser el punto de fuga de una composición donde la Escuela de Artes y Oficios hace de telón de fondo. El elemento de mayores dimensiones es la fachada lateral de la parroquia de la Trinidad. El limpio paramento, sólo interrumpido por la portada, los bajantes y los escuetos y desiguales vanos que se abren en lo alto, es el protagonista de un dibujo en el que se intuye la multitud que se agolpa en la calle Lope de Hoces.

Junto a los espacios abiertos, las angosturas del Casco Históricos también forman parte de los dibujos de Carnicero. En uno de ellos se ve el paso de María Santísima Nazarena en la calle Jesús Nazareno, superada por unos muros en los que se abre la gran oquedad de la iglesia hospitalaria donde tiene su sede esta cofradía. Con una perspectiva distinta está tratada la Virgen de los Dolores a su salida de la calle San Zoilo, cuando regresa a Capuchinos. Los capirotes de los nazarenos se agolpan ante el paso, entre luces y sombras, mientras la imagen de María Santísima se recorta en la cal de las paredes. El detalle más llamativo de este dibujo es el reflejo de la luz de un farol que no se ve y que está situado en el muro del convento de las Capuchinas. El haz lumínico que escapa tras el alto paredón, que hace brillar la nube de incienso, hace presente en el dibujo la profundidad de la noche del Viernes Santo.

Los componentes de los cortejos procesionales que dibuja Carnicero son también protagonistas activos de esta celebración. Los puntos negros que reflejan las aberturas de los cubrerrostros dan vida a unos personajes que generalmente portan atributos. Dalmáticas, ciriales, pértigas firmemente sujetas con las manos son los enseres que llaman la atención de este arquitecto que complementa su memoria con los que plasma en su moleskine.

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