Viernes Santo: el entierro más grande
Pasión en Sepia
El Señor está muerto. Una vez que la urna quede sola en la oscuridad del viejo templo jesuítico, solo queda la esperanza de la Resurrección prometida. Seguro que no se hará esperar
Amaneció el día triste. Está nublado. El cielo permanece gris y el sol está ausente. Los hombres lucen trajes y corbatas negras. Las mujeres visten de negro igualmente. Algunas lucen velo camino de los Santos Oficios. Todo está en pausa. Hasta los niños aparecen más calmados. Sus juegos no son tan escandalosos, advertidos tal vez por sus padres, quienes en voz baja y tono suave les han dicho que el Señor está muerto. En el interior de los templos las cruces han sido desveladas.
Si el Jueves Santo es el día en el que la cristiandad honra a Jesús Sacramentado, hoy Viernes Santo los fieles rinden culto a la cruz, al leño sacro donde Cristo fue ajusticiado.
Los escaparates aparecen velados con pintura blanca. En las tabernas, las que han abierto, solo se sirve vino a través de la piquera. En los viejos aparatos de radio suenan saetas desgarradas en las voces flamencas de Manolo Caracol o Pepe Pinto. Tampoco es difícil sintonizar música sacra salida del ingenio de Tomas Luis de Vitoria.
Todo se vive con recogimiento. Hasta los paseos parecen tener más calma que nunca. Algunas golondrinas revolotean por la plaza de la Compañía, esperando que llegue la hora Nona y el velo del templo se desgarre por su mitad, en inequívoca señal de que Cristo ha entregado su vida por toda la humanidad.
El almuerzo será frugal. Es vigilia y abstinencia de comer carne como manda el calendario litúrgico. En los hogares, las mujeres han sacado el recetario de las fechas que se viven. El bacalao es uno de los grandes protagonistas. Guisado con tomate o encebollado, en forma de albóndigas, o tal vez en croquetas. También hay cazuelas de espinacas aderezadas con un majado salido de un almirez con secreto de viejo alquimista, aunque todo el mundo sabe que es pan frito, ajo, vinagre y un punto de comino.
En una olla se calientan los garbanzos acompañados de espinacas y lomos de bacalao, a los que con paciencia se les han sacado las espinas cuando fue desalado. Huele también a melaza que embadurna las torrijas fritas en aceites de Priego, previo remojo en vino amontillado o leche hervida con canela y limón. Roscos, pestiños, magdalenas. Todo el recetario cuaresmal se ha hecho presente los días más grandes de la Semana Mayor.
La tarde va decayendo. Una vez más la obscuridad se hace presente. La luna llena, primera de la primavera, se hace presente. La plaza de la Compañía se va llenando de gente. El templo que fuera de los Jesuitas ha acogido las imágenes que formarán parte del cortejo. El mismo que, año tras año, organiza el Ayuntamiento cada Viernes Santo. Los cascos de los caballos de los batidores de la guardia municipal repiquetean sobre el empedrado. La buena boca de los animales y la buena mano de los jinetes hacen que el cortejo se inicie sin contratiempo alguno.
La Cruz Guiona del Campo de la Verdad, portada por ocho hombres, con relevo de otros ocho, abre la procesión. Siguen los acogidos en el Asilo de Mendicidad y Casa Socorro Hospicio. Tras ellos, el Señor agoniza en Getsemaní y es azotado en el Lithostrotos de la Axerquía. Camina con el peso del madero camino del Calvario desde San Lorenzo. Cae bajo el peso del madero cuando baja la Cuesta de San Cayetano mientras su madre en Soledad enjuga sus lágrimas en pañuelo de seda y caireles toreros. Cristo Expira en San Pablo y la Madre Doliente contempla la Gracia en el Alpargate.
Algunos invitados por el Consistorio integran el cortejo, ocupando el lugar delante de la Quinta Angustia que llega desde San Agustín. Una vez descendido, Cristo yace en el Sepulcro, roto y quebrantado. Tras Él, la Madre de los Dolores, de luto riguroso cierra la procesión. Tras ella, el preste, diáconos, oficiales militares, Diputación Provincial y los representantes del Ayuntamiento. El cortejo es cerrado por las bandas de música, tanto la municipal como la militar de la plaza.
Procesión que recorrerá las calles de la ciudad, centrales de Córdoba, formando parte del un Entierro ya tradicional en su vida anual. Santa Victoria, Juan Valera, Ángel de Saavedra, Blanco Belmonte, Céspedes, Cardenal Herrero, Magistral González Francés, entrando por la Puerta de Santa Catalina a la Santa Iglesia Catedral, para salir por la del Perdón, y continuar por Torrijos, Cardenal González, San Fernando, Librería (hoy Diario de Córdoba), Joaquín Costa (hoy Capitulares), Alfonso XIII, Mármol de Bañuelos, Diego de León y Duque de Hornachuelos para llegar al punto de partida.
Una vez que la urna quede sola en la oscuridad del viejo templo jesuítico, solo queda la esperanza de la Resurrección prometida. Seguro que no se hará esperar.
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