El arte de echar las cajas

Baena

Los judíos coliblancos y colinegros comenzaron en la madrugada de ayer a hacer sonar sus tambores por toda la ciudad, sonido que no dejará de oírse hasta el Domingo de Resurrección

El arte de echar las cajas
El arte de echar las cajas

Un año más, el Miércoles Santo en Baena amaneció ruidoso, vistoso y tomado por cientos de judíos, coliblancos y colinegros, colinegros y coliblancos, dispuestos a convertirse en miles pocas horas después y con el afán de demostrar con sus toques que, a pesar de la actual crisis económica, la localidad posee una idiosincrasia sin igual que le hace ser capaz de salir a la calle y olvidar, aunque solo sea por momentos, los problemas, desavenencias y dificultades de cualquier índole. Un año más, los baenenses, o mejor dicho, sus judíos, a golpe de baqueta, demostraron al mundo entero que están hechos de una casta especial y que la Semana Santa se lleva muy dentro.

La madrugada del Miércoles de Pasión despertó en esta ciudad antes de lo habitual. Sobre la silla del salón o en el vestidor del dormitorio, colocados con mimo y extraordinaria maestría, aún adormecidos, se encontraban los arreos del judío. La chaqueta roja bellamente bordada, el pantalón negro, la inmaculada camisa blanca, el pañuelo de vistosos colores… junto a él, el anillo con el rostro de Nuestro Padre Jesús Nazareno que servirá para posteriormente asirlo al cuello. En el suelo, el majestuoso tambor, apretado hasta el máximo, las baquetas debidamente colocadas sobre él y el casco del que emana la cola de crin de caballo de color blanco o negro, rizada y cuidada año tras año, y el plumero, de colores infinitos.

Empieza el trajín en las casas y el judío comienza a colocarse, uno por uno, cual torero antes de salir a la plaza, cada uno de los detalles que conforman su singular vestimenta. Nada más abandonar el quicio de la puerta de su vivienda, comienza a templar el tambor, poco a poco, hasta conseguir que emane de él el mejor de los sonidos. Y así, elegante, arrogante en ocasiones y solitario, caminará hasta el centro de la localidad, para confundirse entre la multitud, entre las colas blancas y negras, que en esta mañana es cada vez más común ver juntas, convivir y compartir el inicio de forma oficial de la Semana Mayor.

La calle Amador de los Ríos a la altura de La Muralla, el Llano del Rincón, la Almedina protegida por las medievales torres de su castillo o la Placeta Marinalba son testigos de honor del despertar de los judíos de Baena, cuya fuerza y arraigo logran un año más que en este municipio de la Campiña Este no deje de oírse ni por un momento y hasta el Domingo de Resurrección el sonido inconfundible de este sonoro instrumento de antiquísima procedencia.

La pregonera de la Semana Santa de este año, Lourdes Tamajón, se refería a este día como “una noche que el forastero no entiende, una noche que se le hará eterna e inexplicable, ese mágico sonido de paseo, ese tan que tan que tan plan, que tan que tan plan”. “Nosotros, baenenses, acostumbrados a esta noche mágica en la que nos dormiremos acunados por el sonido del tambor, sonreiremos en silencio al despertar sobresaltados y percibir las vibraciones de sus chillones”, insistía la pregonera.

Por todos estos motivos, y por muchos otros, el judío se ha convertido con el transcurso del tiempo en la figura más emblemática de la Semana Santa baenense y, a pesar de lo complicado que supone conocer todas y cada una de las reglas y peculiaridades que lo rodean, son un emblema en esta Semana Mayor.

Ensalzado la mayoría de las veces y criticado en otras ocasiones, lo que no deja lugar a dudas es que ha hecho de la Semana de Pasión de la ciudad del Guadajoz, una de las más atractivas, declarada de Interés Turístico Nacional, entre otras cosas por su colorido, aromas y sonido, que la hacen única.

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