La larga marcha desde el Zumbacón

Lunes Santo · Merced

Un gentío formidable recibió a la Virgen de la Merced ante la iglesia de San Antonio.

La Virgen de la Merced sale de la parroquia de Santo Antonio de Padua entre un mar de gente.
F. R. Cardador

15 de abril 2014 - 01:00

TODO pasa y todo queda". Este verso machadiano, celebérrimo, se podía leer ayer tatuado con detalle en la nuca de una joven que asistía a la salida de la Virgen de la Merced justo delante del anexo de la parroquia de San Antonio de Padua. Tatuaje elegante, no hay duda, y que le daba el contexto preciso, poético, a la salida procesional de una hermandad que en los últimos años ha sufrido con frecuencia las inclemencias del tiempo, sus agravios. Todo eso pasa, claro que pasa, y lo que queda es la creencia de sus costaleros y de sus nazarenos que ayer sí que pudieron salir a la calle para conducir a Jesús en la Coronación de Espinas y a la Virgen hasta la carrera oficial y luego de vuelta a casa. Larguísimo trayecto, el más largo del Lunes Santo, y que llena de orgullo a un barrio de origen muy humilde y tan cordobés como es el Zumbacón.

La hermandad, sabedora de que la tarde sería propicia a pesar de que a esa hora unas nubes ligeras poblaban todavía el cielo, se echó a la calle con puntualidad rigurosa y se encontró ante las puertas de la parroquia con un gentío formidable. Riadas de gente, pero riadas, que habían llegado desde los barrios de Levante, desde la avenida de Barcelona o a pie por las Ollerías y que allí se daban cita en un barullo indescriptible, quizá sin precedentes. Chiquillería que jugaba en el parque infantil que hay justo enfrente, tuiteros compulsivos, adolescentes por cuya sangre corren los ardores de la primavera, padres de familia que se ofrecían un cigarrillo con campechanía mientras las filas de nazarenos blancos iban haciendo suya la amplísima avenida Agrupación Córdoba para luego girar izquierda abajo camino de Lepanto. El momento más esperado, como cada año, fue sin embargo la salida de la hermosa Virgen de la Merced de Francisco Buiza, cuyo palio repleto de brillos y de matices comenzó a oscilar con solemnidad y belleza poco antes de que diesen las cinco de la tarde. Todo estaba ya lanzado hacia una tarde de intensidad y sensaciones que llevó a esta cofradía hasta el Centro y a vivir momentos siempre especiales como la subida del Realejo o la puerta del Colodro.

Cuando pasadas las once de la noche la cofradía encaró la avenida de las Ollerías y las zonas más modernas que conducen hacia los barrios de Levante, ¿quién se acordaba ya de las lágrimas de los años precedentes, de las dudas, de los atribulados cabildos de aguas, de los esfuerzos y la horas hurtadas a la novia o a la familia que al final quedaron en nada? "Todo pasa y todo queda", se leía en el leve tatuaje tan hondo y machadiano de la chica. "Pero lo nuestro es pasar", continúa el poema que popularizase Serrat. Pasaremos, no hay duda, pero algo de la pasión de todas estas gentes quedará en el aire de la Córdoba futura.

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