Sin miedo al recuerdo del chaparrón
La Pasión
La cofradía se echa a la calle a pesar de tener aún fresco el recuerdo de aquel fatídico abril de 2006
Incertidumbre, temores y dudas se fueron apropiaron ayer del ánimo de los fieles de la Pasión conforme avanzaba la tarde en el barrio de San Basilio. La espera fue muy angustiosa, pero quizás no tanto como la tensión de esos momentos en los que la junta de gobierno de la cofradía se disponía a abordar el porcentaje de riesgo de lluvia y, con posterioridad, deliberar sobre si era o no oportuna la salida del cortejo. Y es que en esta hermandad de barrio todavía está húmedo -y mucho- el recuerdo de aquel inesperado chaparrón que les sorprendió cuando celebraban en la calle su estación de penitencia. Desde entonces han pasado exactamente cinco años y ocho días, poco tiempo para olvidar aquel episodio. No fue, sin embargo, suficiente para cercenar las ganas de los cofrades del Alcázar Viejo, entre otras cosas porque eran más los claros que nubes y, sobre todo, porque el sol rasgaba el cielo de Córdoba. "Parece como una señal de Dios", decía una de las numerosas fieles que se desplazaron a este extremo del Casco Histórico, un angosto rincón en el que sus vecinos viven el Miércoles Santo como si de una fiesta local se tratara.
El temor a salir a la calle cuando la previsión de lluvia es superior al 50% se diluyó como un azucarillo en el café en el preciso instante en el que la cruz de guía tomó la plaza. Sobre sus espejos, incrustados sobre el dorado, se reflejaban además los rayos de sol, el mejor compañero de viaje de las tardes de Semana Santa. Algunos minutos después y tras la salida de alrededor de un centenar de nazarenos que encaraban ya la calle San Basilio en dirección al Arco de Caballerizas, abrieron la puerta desde la que salen los titulares. Allí estaba el Señor de la Pasión sobre un calvario morado, una imagen que provocó lágrimas en la plaza, sobre todo en las mejillas más arrugadas, las de aquellos vecinos que llevan toda su vida rezándole.
La Pasión volvió a teñir de morado todo el barrio. El citado calvario del titular, su aterciopelada túnica, la hilera de capirotes, las colgaduras de ventanas y balcones y hasta las prendas de algunos de los devotos de estas sagradas imágenes. En apenas media hora el miedo fundado a un nuevo chaparrón como el de abril de 2006 dio paso a un ambiente absolutamente de fiesta cofrade. Sonó la Marcha Real para recibir al Señor de los hortelanos y, acto seguido, las marchas Saeta, Consuelo Gitano y Judería Sevillana, notas que ejercieron de capataz de la cuadrilla, que obedecía a cada una de las notas musicales de los componentes de la Agrupación del Cristo de Gracia, la del Esparraguero. "De costero a costero y muy suave, como tiene que ser", comentaba un joven apostado sobre la pared y visiblemente entusiasmado con las maniobras costaleras.
Vencido ese miedo y con la certeza de que el resto de las cofradías tomaban la decisión de salir en procesión -a excepción de Las Palmeras, que la había suspendido poco antes de las dos de la tarde-, tanto el Señor de la Pasión como su Madre, María Santísima del Amor, fueron llevados en volandas por toda la ciudad, por la Córdoba que surge al otro lado del Alcázar Viejo. Primero, la carrera oficial, y, como colofón, la Catedral, templo en el que la hermandad hizo estación de penitencia casi tres horas antes de volver al punto de partida.
Al Señor de la Salud, Mi Cristo de bronce y nuevamente Consuelo Gitano y Saeta sonaron una vez que el cortejo volvió a adentrarse en su barrio para reencontrarse con sus vecinos y sus fieles, como así lo marca la tradición. Sensación de cansancio y de alegría por igual en un final de procesión en el que se sucedieron los agradecimientos por el desarrollo de la estación de penitencia y, sobre todo, porque la lluvia no empañara la procesión.
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