¿Dónde están los ratones?
Pasión en Sepia
Domingo de Ramos, la tarde se ha hecho presente. Atrás quedaron las palmas y hosannas. La borriquita ya descansa en el colegio Salesiano y Cristo ya ha entrado triunfal en la ciudad
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Coqueta conocedora de su hermosura. Larga, pina, añeja y con solera. Testigo mudo de fiestas, ferias, mercados, así como de lances de cañas y toros. Es una línea que parte la vieja ciudad en dos. Conforme se sube desde el río, a la derecha la laboriosa y artesanal Axerquía, a la siniestra la ciudad alta o Medina. Calle que ha visto pasar el tiempo y la historia. Ahí está. Impertérrita, como si por ella no pasara el tiempo. Los naranjos que la exornan son centinelas imaginarios que custodian el embrujo, el duende, el misterio y el carácter que los años le han dado.
Es primavera. Esos naranjos se presentan al viandante como un espectáculo visual. El verde de las hojas se conjuga a la perfección con las flores albas del azahar. El aroma, fragante y profundo, inunda toda la extensa calle. Sobre el suelo algunas aparecen vencidas por el vientecillo marceño. Es domingo, pero no es un domingo cualquiera. Es Domingo de Ramos. La tarde se ha hecho presente. Atrás quedaron las palmas y hosannas. La borriquita ya descansa en el colegio Salesiano y Cristo ya ha entrado triunfal en la ciudad. Lejos de allí, la castiza calle de la Feria mantiene un trasiego poco usual.
Queda aún tiempo para que el Cristo del Amor, otrora titular de la cofradía del Santo Crucifijo de la Magdalena, llegue desde el otro lado del río camino del recorrido oficial. La calle de la Feria, como siempre lo fue, es camino obligado para ello. En mitad de la calle, una portada pétrea se eleva. En ella, en todo lo alto, el santo de Asís es vigía privilegiado de la calle. Si se traspasa esa portada nos encontramos con el viejo cenobio franciscano, hoy reconvertido en parroquia en honor de los santos Francisco y Eulogio. En el interior del templo hay un movimiento inusual para la jornada que pone el punto de partida de la semana más santa de todas las semanas.
San Fernando, quien devolvió a la cristiandad la ciudad y sobre su privilegiada atalaya, es testigo de cómo las puertas del antiguo convento se abren poco a poco. Una modesta cruz inicia el cortejo. Delante de ella se dispone la banda de Antidio, quien con la brillantez metálica de sus cornetas y el trepidar constante de sus tambores pondrá la ofrenda sonora y musical al Señor en su retorno a las calles de Córdoba. El cortejo, exiguo pero ordenado y disciplinado, avanza solemne camino del itinerario oficial. Los nazarenos revestidos con hábitos verdes, ceñidos con el cordón franciscano y con capirotes de raso blanco, caminan con largos cirios al cuadril.
En el interior del templo se vislumbra una tenue luz. El paso, recuperado por la cofradía tras su reorganización, avanza solemne portado por la cuadrilla de faeneros de la familia Sáez, mandada por el menor de los hermanos. Vestido de blanco, con un mantolín color tinto sobre los hombros, se presenta la imagen de Cristo orante en el huerto de los olivos. Un ángel, también recuperado, de estética salzillesca le conforta. Todo rezuma modestia, pero mucha dignidad. Atrás han quedado algunos años de ostracismo. Parece que han sido muchos, pero en la vida de una hermandad solo ha sido un suspiro. Como el ave Fenix, la cofradía está renaciendo una vez más. Lo que está claro es que las hermandades y las cofradías tienen etapas tristes, huecas y vacías, causas que las llevan a la disolución. El tiempo tal vez que haga que las corporaciones, como en este caso, resurjan, pero lo que está claro es que las viejas devociones jamás mueren.
El cortejo abandona el compás del viejo convento y toma la calle la Feria arriba. Una vecina del barrio, devota del Señor orante, se santigua parsimoniosamente. Sus labios musitan una oración. Sus ojos llorosos recuerdan aquellos Martes Santos, cuando la cofradía del Huerto procesionaba con tres pasos y era una de las más señeras de la vieja Córdoba. Orante, Amarrado y Dolores.
Le sorprende el hábito nazareno. No hace mucho los nazarenos del Huerto se revestían con túnicas de raso gris y capirotes de igual color, con cíngulo y capa negra, siendo conocidos por el pueblo, siempre sabio, como los ratones. Hoy la cofradía ha vuelto a las calles. Queda un largo camino para recobrar lo que el tiempo se encargó de envejecer. Tiempo al tiempo. El rescoldo está ahí, solo queda, con trabajo y esfuerzo, que la llama vuelva a prender. Mientras tanto las vecinas de la calle de la Feria, se preguntan unas a otras: “¿Dónde están los ratones?”. La respuesta no es otra que solo son ya un recuerdo.
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