"Aquella noche, sin miedo, sentí que un día moriría"
Con 12 años, interno en un colegio bonaerense, Jorge Mario Bergoglio, futuro papa Francisco, tendría la primera noción de la muerte

"Aquella noche, sin miedo, sentí que un día moriría, y me pareció lo más natural del mundo". Jorge Mario Bergoglio estaba a punto de cumplir 13 años cuando reflexionó por primera vez sobre la certidumbre de la muerte. Fue en octubre de 1949, como cuenta en su autobiografía el papa Francisco, Esperanza (Plaza y Janés). Y fue a través del padre Miguel Raspanti, inspector del colegio salesiano Wilfrid Barón de los Santos Ángeles de Ramos Mejías, localidad del área metropolitana de Buenos Aires, al que llegaron como internos Bergoglio y su hermano Óscar. El padre Raspanti acababa de regresar de la Córdoba argentina muy afectado "porque su madre había fallecido".
La revista Magnificat es una publicación mensual que contiene los textos de la misa diaria, meditaciones de grandes autores espirituales de todos los tiempos y la oración de la mañana y la tarde inspiradas en la Liturgia de las Horas. El número 257, correspondiente al mes de abril de 2025, lleva en la portada el cuadro San Juan y San Pedro en la tumba de Cristo, de Giovanni Francesco Romanelli (1610-1662), "Pedro, que le negó; Juan, que huyó", como escribiera San Pedro Crisólogo, obispo de Rávena. Entre las meditaciones de este mes de abril, las hay de San Agustín, San Clemente de Alejandría, San Juan Pablo II o San Cirilo de Alejandría. El 21 de abril era Lunes de Pascua y en el Magnificat de ese día la meditación la firmaba Francisco, "jesuita argentino, actual sucesor de san Pedro al frente de la Iglesia católica (1936-)", se lee al final de su comentario. Desde ese día hay que añadir el guarismo 2025.
"Jesús ha despertado en el corazón muchas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo”. Son las primeras palabras de la meditación del papa Francisco el Lunes de Pascua que puso en práctica su idea de la muerte tal como la empezó a modelar cuando el inspector de su colegio argentino volvió de enterrar a su madre. El papa Francisco insiste en la palabra que más se ha asociado a su pontificado. "Ésta es la primera palabra que quisiera deciros: alegría. No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo". Una palabra que aparece en el comienzo de la lectura del Evangelio de San Mateo (el que como recordaba Carlos Colón en su texto sobre los papas y el cine Pier Paolo Pasolini llevó a la pantalla y dedicó a Juan XXIII) del Lunes de Pascua que muere el papa Francisco: "En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos".
Su vida fue una biblioteca andante. En su autobiografía, escrita en colaboración con Carlo Musso, es portentosa la cantidad de referencias literarias. La empieza con una cita de Rilke: "El futuro entra en nosotros, para transformarse dentro de nosotros, mucho antes de que ocurra". Al hablar de la melancolía cita a Verlaine y de su gusto por los románticos confiesa que le llena Hölderlin. Mezcla dos de sus pasiones (además de la filatelia), el fútbol y la literatura. Cita a escritores tan futboleros como él: Osvaldo Soriano, Eduardo Galeano. Y cuando recuerda que con sus hermanos Óscar y Alberto iban con su padre a los partidos del San Lorenzo de Almagro, cualquiera que fuera el resultado siempre había caracoles con salsa picante acompañados de "una humeante pizza a la piedra". "Tengo la sensación de percibir aún el olor de aquella pizza, puede que sea mi magdalena de Proust". Cuenta que un día en una entrevista le preguntaron "si me sentía más el Messi o el Mascherano de los papas".
Desde la noche del 15 de julio de 1990, por una promesa a la Virgen del Carmen, el obispo Bergoglio dejó de ver la televisión. Doce días antes, Argentina eliminó a Italia en los penaltis en el Mundial del país transalpino. Schillaci, que ha muerto unos meses antes que el papa Francisco, máximo goleador del torneo, y Caniggia marcaron los goles de sus dos países fundamentales, donde ha muerto y donde nació. Dejó incluso de ver a su equipo por televisión y siendo Papa "uno de los guardias suizos me deja cada semana los resultados (de la Liga argentina) y la clasificación sobre la mesa". El funeral del Papa que no veía la tele lo han seguido por televisión millones de personas en los cinco continentes.
Ha muerto en abril, como Juan Pablo II. Todos recordaremos dónde estábamos en la muerte de los últimos pontífices. Las de Pablo VI y Juan Pablo I las viví en la mili, las dos que salen en la tercera parte de El Padrino de Coppola. Pocos días después de la elección de Juan Pablo II, entrevisté al académico y poeta del 27 Dámaso Alonso, que denigraba la esdrújula de la palabra cónclave y defendía la llana conclave. El nombramiento de Benedicto XVI lo vimos en un monitor de televisión de El Corte Inglés de la Magdalena (antigua Galerías Preciados) y el del papa Francisco, que para los argentinos era como ganar un Mundial (después ganaron el de Qatar a Francia), en la tramoya del teatro Quintero con Pive Amador. El antiguo cine Pathé de la calle Cuna donde alguna vez pondrían Las sandalias del pescador y El Evangelio según San Mateo.
Roma despedía al papa Francisco y la Nova Roma al ganador de la Copa del Rey. Desde San Pedro (sin Sánchez) hasta Santa María la Mayor. Y resuenan las palabras de Jesús que tanto repitió Francisco: "Alegraos".
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