¿Y si Sheldon termina haciéndose narcotraficante?

Adiós a dos series fundamentales

Concluye 'Juego de Tronos' y 'Big Bang', cada una en su estilo, cada una con sus posibilidades. Las dos, con sus secuelas aseguradas

Sheldon en el laboratorio de Amy en 'Big Bang' / CBS
Francisco Andrés Gallardo

21 de mayo 2019 - 05:00

En el plazo de cuatro días han terminado las dos series fundamentales de la década. Por un lado Big Bang, que es la comedia en abierto que engorda las cifras de las plataformas bajo demanda. La conoce todo el mundo, con todos empatiza y es el recurso cuando las selecciones del menú agobian. Su doble último episodio llega el jueves en abierto a Neox.

Y por otro en esta madrugada anterior dijo adiós Juego de Tronos, la superproducción que convirtió en imprescindible el consumo de ficciones en las plataformas. No la veía todo el mundo (fue un fiasco cuando la estrenó Antena 3), nunca la vieron aquí grandes multitudes de espectadores (sufre de limitaciones generacionales), pero lleva el aura de producto para apasionados, cuando la pantalla va más allá del simple visionado. Empezó en nuestro país como la ficción más pirateada y concluye dando sentido al abono de HBO o Movistar +. Su rodaje en Andalucía se ha convertido en un atractivo turístico añadido.

Big Bang y Juego de Tronos acaban antes de que empecemos a echarlas de más. Yen ambos casos sus despedidas no son para siempre. Dan paso a extensiones, precuelas o secuelas de un universo de personajes para exprimir.

Por muchos tipos que mueran en los Siete Reinos ya nadie mata a la gallina. En Big Bang nadie se muere. Ni nada es fatal. Sólo faltaría que una comedia que ha hecho tanto por la integración y aceptación de los diferentes (de la gente ‘rara’) acabara con Sheldon echándose al monte convirtiéndose en narco, Leonard al servicio de los Soprano y Penny elaborando metanfentamina tras copiar una fórmula perdida por algún pasillo de Pasadena.

Ojo. Ahora, por si acaso se nos escapa algún spoiler impertiente, queden todos advertidos...

Big Bang concluye fiel a sí misma, sin tener que cerrar nada por obligación y despidiéndose como lo haría un amigo que hace las maletas (aunque deseáramos que se fuera porque teníamos ganas de irnos a dormir). No hacían falta giros extraños. Ni sorpresas. Sólo era cuestión de tocarnos el corazón.

Juego de Tronos lo iba a tener difícil para satisfacer a una parroquia tan adictiva a la violencia y a los excesos de la ambición. Esa hipérbole de personalidad que resulta fatal para Daenerys, que era quien tras su postrera vehemencia tenía más papeletas para sentarse entre espadas.

Al final, como en las redacciones escolares trágicas, donde el estudiante opta por suicidar a su protagonista atormentado y zanjar todo, los guionistas de Poniente han optado por la alegoría de borrar el trono y crear una diáspora de personajes de ese tablero tan endiablado y coral de la saga de George R.R.Martin. Y de paso se garantizan, de manera natural, los spin off.

Resolver Juego de Tronos, una parábola de la obsesión colectiva por el poder, tenía más complicado su resolución que un canto simpático a la amistad y a la lealtad como Big Bang.

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