Opinión
El final catártico de 'Querer'
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Bien está lo que bien acaba. Querer, serie de Movistar Plus +, que se cuece a fuego a lento desde la contención, concluye con una secuencia final que es pura catarsis y con la que la directora hace las paces con los espectadores, a los que ha tenido durante las cuatro horas de envite con un complicado nudo en la garganta.
Pasados unos días de la emisión del capítulo final, se puede hablar sin temor a hacer spoiler de que la forma de afrontar el desenlace por parte de Alauda Ruiz de Azúa forma parte de uno de esos pequeños tesoros de la ficción televisiva española. La serie lo es, y en el abrazo que se dan la madre y el hijo mayor (un abrazo de reconciliación, de perdón, de compresión y por tanto de liberación de tantas tensiones acumuladas durante años), sin necesidad de que medien las palabras, se editorializa una cuestión de principios: que la siguiente generación, que se inició copiando los patrones del patriarcado, sus vicios y sus tics, ha alcanzado un grado de madurez reconociendo sus errores, identificando todo lo que hizo mal por pura inercia, y, por fin, poniéndose del lado de la figura de la madre.
No se puede acusar de maniquea Querer. Nunca puede ser maniquea una producción donde priman la inteligencia y la sensibilidad. Quienes la pudieron ver en los pases previos, sin desvelar nada de lo esencial, me advirtieron que lloraría en su desenlace. Me conocían bien. Que los espectadores podamos aflorar esas lágrimas furtivas cuando vemos lo que ocurre entre los personajes que interpretan con tanta honestidad Nagore Aranburu y Miguel Bernardeau redondea un trabajo excelso, que dignifica tanto a quien lo ha realizado como a quien lo ve. Agradecemos también a las otras dos piezas del cuarteto, Pedro Casablanc e Iván Pellicer, su enorme contribución.
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