Banderillas negras
Balcón de sol
Este castigo servía para penar al toro manso y de escarnio público al ganadero
EL público de hoy en los toros es muy aficionado a pedir vueltas al ruedo e indultos. Los taurinos las jalean, y los presidentes no les van a la zaga y las conceden con facilidad. Es lo que tenemos, la fiesta triunfal. Olvidan que antiguamente, yo recuerdo verlas poner, era habitual castigar a los toros mansos con banderillas negras e, incluso, banderillas de fuego. Los Reglamentos Taurinos aún las contemplan. Cumplían estos castigos dos finalidades, de un lado, al ser banderillas con un arpón más grande, penar al toro que por su mansedumbre había recibido poco castigo en varas y, de otro lado, servir de escarnio público al ganadero. Por eso los taurinos no las quieren ver ni en las antiguas láminas de la lidia. Ayer salió el quinto toro, manso como toda la corrida, y la plaza solicitó la devolución, es a lo más que llega un público desconocedor de la lidia y sus reglas. El presidente, menos mal, no accedió. Debió, por el contrario, haber sacado el pañuelo rojo y poner banderillas negras a ese toro y a toda la corrida de Alcurrucén, una corrida bien hecha con cuajo y seriedad pero mansa y podrida desde que salió por la puerta de chiqueros hasta que eran arrastradas por las mulillas de arrastre.
Curiosamente, a veces los toros mansos tienen ese comportamiento desconcertante, ese quinto toro el más manso de la corrida en los primeros tercios, fue el que, dentro de un orden, no nos vayamos a creer que fue Jarabito, tuvo más fondo en la muleta. Embistiendo humillado y muy despacio, si bien es verdad que al salir punteaba los engaños y, a veces, se quedaba parado. Castella, que ya en su primer toro había dado unas verónicas lentas y armoniosas, planteó la faena sin probaturas en la segunda raya estando muy firme y seguro, consiguiendo algunos muletazos muy despacio, hondos y profundos. La faena fue breve y le faltó continuidad, la que el toro no podía dar. Morante, con un lote como toda la corrida, podrido, mostró una vez más la calidad que atesora en unos ayudados por bajo en el tercio o naturales, de uno en uno sin ligazón, de bella factura ante un toro sin transmisión alguna y sobre todo, en los lances de recibo rematado con una media de perfecta ejecución y belleza. La mejor de la Feria. Poco pudo hacer Rufo, más allá de demostrar su compromiso ante un lote sin condiciones que, como sus hermanos, no querían ni podían embestir.
El bueno de Pepín Luque tuvo el detalle de solicitar a la Banda que tocase el pasodoble Juncal en homenaje a Jaime de Armiñán. Sonó en la faena de Castella. Fue un gesto bonito que no enmienda el error de no guardarse en la corrida del día siguiente a su fallecimiento un minuto de silencio en su memoria. Yo salí de la plaza tarareando el bellísimo pasodoble, que espero desde hoy se toque con asiduidad, y recordando la frase que Juncal le hacía a su escudero Búfalo: “¿Cómo mueren los toros bravos, Búfalo?” “Con solemnidad, maestro”. La que no tuvo ni en el ruedo ni en la muerte la mansa corrida de Alcurrucén.
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