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Continua julio haciendo gala de sus rigores. El calor del estío, propio de estas fechas, no da tregua en esta Córdoba un año más. Poco apetece en las horas centrales del día. Las calles de la ciudad quedan solitarias y en ocasiones parece un pueblo fantasma. Es la hora de dejarse seducir por la lectura y también por la nostalgia. Es esta última la que nos lleva a recordar que en este mes de julio se cumple el aniversario del nacimiento y alternativa del inmortal Manolete. Es por ello que la figura del torero cordobés, pese a los años, continúa viva no solo en la ciudad califal, sino también en el planeta del toro.
El toreo, o tauromaquia, de Manuel Rodríguez está vigente. Sus formas marcaron una época. Manolete sobre los ruedos –fuera de ellos es un ídolo– trajo una nueva tauromaquia, una última actualización, posiblemente definitiva, al toreo. Unas formas propias, concebidas para mayor lucimiento en el último tercio, donde los trasteos dejaron de ser simples fogonazos para contar con una uniformidad que vino de su mano. Mucho se ha escrito, se escribe y escribirá del toreo de Manolete en el tercio final.
Su manera de colocarse ante los toros, su forma de poner la muleta, el inverosímil embroque dejándose llegar al toro, su ligazón y unidad en los muletazos. Es la tauromaquia que vino con el Monstruo. Pero llegado este punto ¿por qué se habla tan poco de su toreo con el capote? ¿Acaso no tiene importancia? ¿Era banal y superficial Manolete en el primer tercio?
Muchas son las preguntas que se pueden hacer del motivo por el cual los amanuenses del Monstruo hablen tan poco, y de pasada, de la tauromaquia del coloso cordobés con el percal. No hay nada más que echar mano de las videotecas, hoy tan fácil, para comprobar que Manolete manejó el capote con la misma fórmula que lo hacía con la muleta. Es por ello por lo que se puede decir que también marcó una época con el capote, pese a que ello ha pasado desapercibido. El impacto de su particular y personal tauromaquia vino con la muleta, de ahí que poco se haya exaltado su toreo con el capote, quedando la imagen de un torero corto y cumplidor con la tela rosa.
Viendo viejas películas se puede comprobar que el toro de la época de Manolete, debido a su edad, tiene muchísima movilidad. Es un animal que, de salida y antes de pasar por el fielato de la puya, se muestra indómito y con un comportamiento aún no definido. Manuel Rodríguez, como ha quedado plasmado, aplica los mismos parámetros que con la muleta. No se coloca de frente. La ubicación de Manolete es perfilada. No adelanta las bambas del capote para embarcar la embestida de la res. Lo espera y, es al llegar a su jurisdicción cuando adelanta el capote y con la mano de salida trata y consigue llevar las embestidas lo más largas posible, bajando la mano contraria para dar mayor firmeza al lance.
Los toros al volverse, se encuentran el percal ante sus ojos y Manolete repite los lances con una ligazón compleja ante animales de tanto empuje. De ahí se desprende que el maestro de Santa Marina mueve un capote muy poderoso, capaz de ir domeñando unas embestidas inciertas. Eso está solo al alcance de los elegidos. Sus lances a la verónica, toreo fundamental, con el capote, vienen a completar lo que iniciara años antes Belmonte e intentaran sus seguidores. Su personalidad, innata y propia, hace lo demás. En ocasiones carga la suerte con el compás más abierto.
En otras lo hace con los pies más juntos, pero igualmente carga el toreo hacía el lado de salida. Su media verónica, frontal y a pies juntos, es un alarde a la plasticidad que siempre se le negó. Es un remate bello y a la vez descarnado. En ocasiones gira sobre su eje y se lía el capote a su enjuto cuerpo en un alarde pinturero que contrasta con su toreo pleno de misticismo.
¿Tal vez eso no es estético? La verónica y medía verónica de Manolete son monumentos al toreo de capa. Por si solos llenaron y remataron una tauromaquia única. Aquél capote suelto, de poco apresto, por lo tanto de más difícil manejo, pocas veces fue cantado. No tenía la gracia del toreo de sus coetáneos sevillanos o mexicanos, pero poseía una rotundidad ante los toros única. Debido a ello, no hay más remedio que reconocer a Manolete como un capotero único, que con el percal no hacía otra cosa más que poner los cimientos a lo que vendría en el tercio final. El toreo definitivo.
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