Morante, la silla de Gallito y un capote de Guerrita
Historias taurinas
El atrezo utilizado para rodear la presencia del diestro de La Puebla en la campaña publicitaria de Pagés da pie a evocar un hermoso hilo de la propia historia del toreo
¿Quién ocupará el trono de Sevilla?
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La campaña publicitaria de la empresa Pagés está en la calle, anticipando esa temporada que se abrirá el próximo Domingo de Resurrección. Las agencias de Toromedia y Frente a Texto han echado el resto en una hermosa historia visual que gira en torno a un trono, simbolizado en ese sillón repujado del despacho deJoselito –sacado de las estancias de Pino Montano y cedido por la familia Ruiz de Alda-Sánchez Mejías- que las huestes de seda y luces quieren disputarse para tomar el cetro del toreo. La batalla se dirimirá en la plaza de la Maestranza pero no es demasiado aventurado pensar que, por ahora, el asiento tiene un dueño más que simbólico.
No haría falta ni nombrarlo… Morante se distingue del resto de la grey torera que ha retratado el objetivo de Pepo Herrera con ese cuidado traje corto de calle que subraya su sabor decimonónico en el alto fieltro negro, la botonadura de plata, el chaleco de alamares y el cuello de cuatro ojales cerrado con pasadores de filigrana. Hay un detalle más, fundamental, que sirve de nexo entre esos atributos casi iconográficos. Es el capote de paseo con el que se cubre el diestro cigarrero, estrenado en la propia plaza de la Maestranza el Domingo de Resurrección de 2023.
La confección de la prenda había seguido a una visita privada que el torero –amparado por su fiel Pedro Marques- giró al Museo Municipal Taurino de Córdoba. El diestro de La Puebla quedó embelesado con un excepcional capote de paseo que perteneció a Rafael Guerra Guerrita, todopoderoso mandón del toreo de su época. El que se hizo Morante es facsímil, calcado, del que usó El Guerra. El segundo califa se embozó en esa prenda para hacer el paseíllo el 15 de octubre de 1899 en el coso de la Misericordia de Zaragoza, en plenas fiestas del Pilar. Nadie podía saberlo entonces, pero iba a ser la última tarde y el confín de toda una época. “No me voy, me echan…”, proclamó Rafael.
La sentencia, mitificada en la memoria oral del oficio, la había pronunciado el último emperador del toreo decimonónico. Ese lujoso capote de bordados románticos cubría con sus vuelos de seda todo el siglo XIX y cerraba una etapa que también tenía su reflejo en la España decadente del 98 que se despedía de sus penúltimas colonias. Ese pesimismo social y político volvía a dar la razón a Ortega y Gasset, trazando un nuevo paralelismo entre la historia del país y el devenir de las propias corridas de toros. Con la decadencia llegaba una nueva etapa de toreros honestos y toros duros que llenaron la llamada Edad de Bronce, trenzada a las coletas de Machaquito y Bombita. Atrás quedaban los colosos; se abría un incierto páramo en espera de los nuevos dioses…
La Edad de Oro
La epifanía llegó con la eclosión de Joselito y Belmonte, ases de esa Edad de Oro que cambió para siempre los propios fines del toreo. La irrupción de los nuevos colosos coincidió con el ocaso profesional del Bomba y Machaco mientras resonaban los primeros tambores de guerra en los campos de Europa. La revisión histórica del rol técnico y artístico de cada uno ha permitido revalorizar el definitivo papel de Joselito, verdadero rey del toreo de su tiempo que, partiendo de la herencia guerrista –Fernando El Gallo le pidió a Rafael, su compadre, que velara por sus hijos desde su lecho de muerte- esbozó los caminos que estaba a punto de emprender el propio hilo del oficio en torno a una nueva piedra angular: el toreo ligado.
“Después de mí, nadie” había proclamado Guerrita en otra de sus sentencias lapidarias. En realidad hubo que esperar tres lustros para que José se sentara en el trono guerrista. La silla del despacho de Joselito sobre la que gira la campaña publicitaria de Pagés simboliza esa herencia dinástica que adopta un significado insospechado en la envoltura del capote del altivo califa cordobés. Morante recoge ese legado en el que bucearon con un mismo concepto y estilos distintos toreros tan dispares como Chicuelo o Manolete. Y terminó de sentarse en ese trono –que ahora no está vacante- en la tarde del 26 de abril de 2023 al cortar el primer rabo logrado por un matador en la plaza de la Maestranza en el siglo XXI. Aquel día, una vez más, no había ocultado su fascinación por la mejor historia del toreo escogiendo un vestido de seda y punto color jacaranda y orlado de azabaches que ya figura en el museo de la propia Maestranza. Era idéntico en tono y bordados al que vestía Joselito El Gallo el 30 de septiembre de 1915 para lidiar en solitario una corrida de Santacoloma. Fue el mismo día que paseó la primera oreja –del toro Cantinero- que se concedía en la plaza de Sevilla.
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