¿Y los toros, dejarán de ser nuestra fiesta nacional?
La firma invitada
Un repaso a la situación de la Fiesta en la actualidad. Los toros y la política. La falta de apoyo de las grandes fundaciones. Culpas , errores y deméritos de los propios taurinos.
POR mucho que clarines y timbales estén a punto de sonar, o los alguacilillos con sus coloridos penachos despejen el ruedo para celebrar la corrida, o bien los tendidos se llenen de gentío y por el aire se expanda un runrún de emoción festiva al igual que temerosa, o finalmente la banda atrone con sones de la juncal música torera la plaza de la Merced, da gran tristeza comprobar cómo pasito a pasito los toros van camino de dejar de ser la fiesta nacional por antonomasia de España. A pesar de que Iberia explicita en su geografía la piel de un toro, o aparezcan los de Guisando en El Tiemplo, y en las cuevas santanderinas de Altamira otros toros estén allí pintados desde los albores de la humanidad. O el toreador de Carmen no pare de recorrer el mundo a los sones de la vibrante música de Bizet, y nuestros pensadores y poetas, de un lado y del otro bando, hayan visto en esa brava fiesta las puras esencias del alma hispana.
Nombrar toros ha sido siempre como decir España y, sin embargo, corren malos tiempos para esa fiesta tan bella, culta, ancestral y totémica que, en un ritual a vida o muerte, se practica con el toro. Malos tiempos por los muchos frentes que tiene abiertos.
Y entre las causas exógenas una importante llega del mundo anglosajón-protestante que, al huir de todo lo relacionado con la muerte y lo que a ella suene (en esa cultura la gente no fallece sino que se va a otro sitio o desaparece), trata de ver en nuestra fiesta un barbarismo insoportable. Por otro lado, ayuda a su fin la repulsa de amplios sectores sociales producto de la desmedida pasión por los animales a quienes quieren dar valores tal si fuesen personas humanas -aunque nadie arremete contra la pesca deportiva, en la que el pez lucha y muere con mayor crueldad que el toro en la plaza, ese animal sólo criado para combatir en el ruedo-, que gestaron los estratos progres de la blanda y cómoda sociedad europea del bienestar aparecida tras la última contienda, al rescoldo de un ecologismo desmesurado sin justificación a la luz de un análisis imparcial.
Y entre esos factores externos, los nacionalismos que ven en la fiesta del toro una seña de identidad de lo español que tratan de abolir, como sucedió en Cataluña, recurriendo a la coartada de la protección animal, o atribuyéndose la respuesta de un pueblo al que, temerosos, no se atreven a preguntar. Y no son baladíes estos tres factores en manos de los anti taurinos, para apoyar la caída de las corridas de toros.
A este declinar también contribuye la emoción que tienen otros deportes de gran riesgo (Formula Uno y motociclismo), con los cuales unos promotores sagaces gestaron un lucrativo negocio con el interesado favor de las televisiones y otros medios informativos. Por otro lado, la política jugó en contra de nuestra fiesta, al ser pocos los gobiernos nacionales o autonómicos que apoyaron los toros, bien televisando corridas, o reduciendo las cargas fiscales desproporcionadas que tiene el espectáculo taurino, o difundiendo el hecho cultural de la Tauromaquia, que son los toros. Pero a los políticos, como una decisión le puede generar un voto de menos, no quisieron etiquetar nuestra fiesta de "políticamente correcta", dicho esto en el argot acuñado por el Psoe, temerosos que al darle su apoyo pudieran perder el voto de los anti taurinos.
Ni tampoco fue positiva la actitud de la reina, lo que viví en propia carne, pues con su alejamiento de los ruedos y sus aficiones elitistas a la música y pintura, desincentivó el interés de las Fundaciones españolas para que hubieran podido ejercer algún mecenazgo favorable a nuestra fiesta del toro, como Ferrari hizo a pesar de ser italiana, al bautizar con el nombre de Miura un bello modelo de automóvil.
Y después de estas causas exógenas es mejor, para no abochornarnos, que pasemos por alto el daño que el mundo taurino se inflige a sí mismo: con toros faltos de casta y bravura, o pitones afeitados que le quitan emoción a las corridas, abusivos precios de las entradas o incomodas plazas de toros incapaces de adaptarse, quizás por desconfiar de su futuro, a la confortabilidad que los nuevos tiempos exigen.
Mas, a pesar de los muchos peligros que lo acechan, los toros siguen vivos. Y tanta fuerza lleva dentro que si tuvieran que acabar metidos en catacumbas, jamás se dejaría de oficializar en ellas este impresionante y bello rito del toreo.
Pero estos días en la plaza de la Merced a cielo abierto y con el Cabezo vigilando su ruedo, vamos a gozar una vez más de esta fiesta que amamos, y a vibrar con las corrida de toros, a las que antes, confiados, llamábamos la Fiesta nacional de España.
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