La escalofriante leyenda de la calle Cabezas de Córdoba
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Su nombre proviene de una venganza familiar que tuvo como desenlace la decapitación de los siete Infantes de Lara
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Del Arco del Portillo parte esta estrecha callejuela a la que se asoma la torre fortaleza de la Casa de los Marqueses del Carpio. Su nombre proviene de leyenda que ubicaba en dicha vía la residencia en Córdoba de Gonzalo Gustioz, padre de los siete infantes de Lara.
Según reza las crónicas medievales, fue aquí donde le presentaron las siete cabezas de sus hijos durante un banquete. Pero este es sólo el desenlace de una historia de vendettas entre familias que tuvo lugar en el siglo X y que arranca en la boda de Ruy Velázquez y doña Lambra, cuñados de Gonzalo Gustioz.
Durante la celebración tuvo lugar un enfrentamiento entre la familia de la novia y los Infantes de Lara. Fue Gonzalillo, el benjamín de los Infantes, quien mató por accidente a Álvar Sánchez, primo de la novia.
Pasado el tiempo, doña Lambra pudo ver en paños menores a Gonzalillo mientras se bañaba y lo interpretó como una ofensa. Esto sumado a la muerte de su primo incrementó su sed de venganza y mandó a un criado que le tirase un pepino relleno de sangre.
El menor de los Infantes de Lara reaccionó dando muerte al criado. A partir de ahí doña Lambra y su esposo idearon una venganza por todo lo alto. Convencieron a Gonzalo Gustioz para que viajase a Córdoba con el cometido de hacer entrega a Almanzor de una misiva. Escrita es árabe, contenía un mensaje muy claro: "Mate al portador".
Sin embargo, Almanzor no ejecutó el mensaje sino que lo encerró en la prisión de la actual Casa de las Cabezas. Simultáneamente, doña Lambra y su esposo, de quien eran vasallos los Infantes de Lara los enviaron a una muerte segura. Los muchachos cayeron en una emboscada musulmana en los campos de Soria. En efecto, los enemigos los asesinaron y decapitaron.
Pero el plan no acababa aquí, sino que se dispuso que las siete testas de los Infantes fueran enviadas a Córdoba y le fuesen mostradas a su padre en bandeja de plata. Ciertamente no hay constancia de que se cumpliera esta última voluntad, si bien hay grabados que muestran a Almanzor entregando el macabro envío -sobre una tela o alfombra- a su destinatario.
Sea como fuere, los relatos más oscuros aseguran que como trofeos, las cabezas fueron expuestas sobre los siete arquillos del callejón morisco de la Casa de las Cabezas, una cabeza por cada arco. Y que Gonzalo Gustioz debió contemplar con espanto las cabezas decapitadas de sus siete vástagos.
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