La fascinante historia que inspiró el Monumento a los Enamorados de Córdoba
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Simboliza el amor entre el poeta Ibn Zaydun y la poetisa y la princesa Wallada, hija de un califa omeya y una esclava cristiana
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De sobra es conocido que Córdoba es una de las ciudades más bonitas y románticas del mundo. Puestas de sol en el Puente Romano, amaneceres en Las Ermitas, o simplemente un paseo de la mano por la Judería son siempre planes perfectos para dos.
Así pues, si en Verona el espíritu de la historia de amor más famosa de todos los tiempos impregna La Casa de Julieta, Córdoba rememora el relato amoroso más popular que, transmitido de generación en generación, ha llegado hasta nuestros días en el Monumento a los Enamorados.
Está ubicado en el Campo Santo de los Mártires. Se inauguró en 1971 y simboliza el amor entre el poeta Ibn Zaydun y la poetisa y princesa Wallada, hija de un califa omeya y una esclava cristiana.
Un templete formado por cuatro columnas sin basa, tejadillo y un pedestal con dos manos juntas conforman la composición. Las manos son obra de Pablo Yusti Conejo y el templete del arquitecto Víctor Escribano Ucelay.
La leyenda cuenta que Ibn Zaydun murió en Sevilla exiliado a causa de sus pasiones y lo hizo enamorado de Wallada. De hecho, trasladó su historia a sus poemas. Y es que Wallada lo abandonó por otro hombre. Zaydun, desesperado, le escribió una carta al preferido como si se la escribiera a la princesa. El resultado fue que Wallada montó en cólera, insultó al poeta y éste no vio más salida que irse de Córdoba.
El poeta recorrió distintas cortes (Sevilla, Badajoz, Valencia) aunque, finalmente, se instalaría en 1049 en la corte de al-Mutádid como secretario,un cargo que desempeñará hasta el final de sus días (1070) ya con al-Mutádid como rey. De hecho, éste sería el monarca de la taifa de Sevilla y el último rey abadí.
Por su parte, la princesa Wallada pasará ha pasado a la historia como un precedente del feminismo y empoderamiento de la mujer en la sociedad. Se desvinculó de toda tutela masculina gracias a la herencia de su padre. Dedicó todo sus esfuerzos a la apertura de un palacio y salón literario en que enseñaba poesía y canto tanto a chicas de buena familia como a esclavas. Pero su destino parecía estar marcado por el infortunio y la traición, pues sus alumnas estaba Muhya bint al-Tayyani, una joven de orígenes humildes a quien acogió en su casa y que convertiría, finalmente, a Wallada en objetivo de crueles sátiras.
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