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El Palacio de Viana constituye uno de los principales atractivos artísticos y culturales de Córdoba. Su edificación, que arranca en pleno siglo XV, continúa desarrollándose prácticamente hasta nuestros días, pero es a comienzos del siglo XIX cuando se incorporó uno de los espacios más impresionantes del Palacio, el Jardín, un auténtico laberinto.
De clara inspiración francesa, su creación responde a la voluntad de Diego Rafael Cabrera Fernández de Mesa, decimosegundo propietario del edificio, de ampliar la vivienda y contar con un jardín muy del gusto de otros nobles de la época. Para ello el VII marqués de Villaseca y conde de Villanueva de Cárdenas llegó en 1814 a un acuerdo con los condes de Torres Cabrera, quienes poseían varias casas colindantes para permutárselas por un cortijo. Gracias a este intercambio, consiguió duplicar la extensión del Palacio de Viana, que se traduce en los espacios que ocupan el Jardín y los Patios de la Alberca, del Pozo, de los Jardineros, de la Capilla y de la Cancela.
No se sabe la fecha exacta de realización de este jardín articulado en un laberinto de pasillos y que se articula en dieciséis parterres de boj -cuya altura se ha incrementado con los años- y que durante más de dos siglos han procurado verdor durante todo el año. Además, en su interior crecen rosales.
El centro está presidido por una sencilla y elegante fuente de piedra, que suele estar adornada con macetas en flor. Aunque si hay un elemento que atrae irremediablemente a los visitantes es el cenador grutesco circular.
Al margen de la innegable influencia gala en el diseño y la distribución, El Jardín encarna el concepto de patio andalusí, en que la vegetación y el curso del agua son elementos basilares. De hecho cuenta con el sistema de riego a pie, similar a una acequia, y el cultivo de cítricos.
Además, dos de sus muros están enjardinados con distintas variedades en espaldera: limonero, limero, mandarino, naranjo y pomelo, que son algunos de los habitantes más antiguos del Palacio. Aunque sin duda, la moradora más vetusta, con cuatro siglos de vida, es la impresionante encina del centro. El árbol mide más de 25 metros de altura y se vislumbra por encima de los tejados del edificio.
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