Subbética

Lucena dedica un domingo majestuoso a su Virgen de Araceli

La Virgen de Araceli, durante la procesión.

La Virgen de Araceli, durante la procesión. / Jesús Cañete

Las Fiestas Aracelitanas representan para los lucentinos los días más grandes del año. Y, entre todos ellos, destaca especialmente la jornada del domingo, momento del reencuentro en las calles con la patrona del municipio. Así que a las 20:00, cuando las puertas de San Mateo abrían de par en par para el inicio de la procesión, la Plaza Nueva era un auténtico hervidero de personas. Ayudó una magnífica tarde primaveral de cielo azul y temperatura agradable.

Nuestra Señora de Araceli ha lucido espléndida ataviada de blanco, el color por el que en 1920 se optó para la coronación canónica que entonces se planificaba. De blanco la sostuvieron los santeros, con la fastuosa saya de castillos y leones estrenada en 1887 y el manto bordado por las carmelitas descalzas del convento de San José y Santa Teresa estrenado en 1928.

La Virgen, con el testimonio de los muchos favores concedidos por su intercesión en forma de joyas en su pecherín y anillos en sus manos, portó el cetro y el rostrillo de gala, conocido también por el barón de Gracia Real como “de la ensaladilla”. La vara de Alcaldesa Honoraria y Perpetua recordó, además, la protección ancestral de la Virgen sobre la ciudad de Lucena, así como la llave de la ciudad prendida, junto a la medalla de oro, en el manto. Las grandes puñetas de encajes de bolillos de hilo de oro, rematadas con las manillas de perlas, los finos collares de aljófares o los rosarios de oro y de coral sobresalieron en el atavío de la Madre.

En cuanto al Divino Doncel, se mostró engalanado también con vestido blanco y con sus características joyas como el cesto, la cruz o la oveja.

A juego con el terno blanco, la Virgen paseó por Lucena bajo el techo de palio del mismo color de 1981, obra del lucentino Antonio Sánchez Pérez, y las bambalinas de malla de oro, salidas del taller de Mariano Martín Santonja en 2007.

La jornada dominical dio el pistoletazo de salida con la función religiosa celebrada por el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, quien afirmó que “María nos enseña el amor verdadero, el amor a Dios, el amor a la vida”.

Durante la eucaristía en la que la Coral Lucentina y la orquesta delconservatorio Maestro Chicano Muñoz interpretaron la Misa del campo andaluz de Antonio Villa Álvarez de Sotomayor, el prelado realizó un alegato al derecho pidiendo a la Virgen que suscite “en el corazón de todos los presentes el amor a la vida, que nos hace falta más que el agua”.

Entre las ofrendas, y a iniciativa del Centro de Orientación Familiar San Juan Pablo Segundo, la camarera de la Virgen, Rosa Buendía, ofreció un broche de unos pies de plata del tamaño de un niño de diez semanas de gestación que el obispo bendijo y llevó la Virgen prendidos en su manto en la procesión. Asimismo, se bendijeron 500 réplicas que la cofradía aracelitana entregó a los asistentes al finalizar la misa.

Al finalizar la celebración religiosa, el hermano mayor de la Real Archicofradía, Rafael Ramírez, entregó al obispo el emblema de oro de la hermandad “por la propagación devocional a esta advocación mariana de Araceli y de amor demostrado, especialmente por su interés en conseguir el tan ansiado y merecido título de patrona del Campo Andaluz, que se encuentra en proceso final de aprobación”.

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